domingo, 5 de julio de 2015

Eudemonium: La Ciudad de la Felicidad - Capítulo 2

Aquí llega el segundo capítulo de "Eudemonium: La Ciudad de la Felicidad".
Podéis leer el primero aquí, y la sinopsis aquí.



CAPÍTULO 2:

En la pantalla central aparecía una representación tridimensional de un cerebro humano, una imagen que rotaba sobre sí misma con lentitud. Distintos colores mostraban las diferentes regiones de la materia gris, aunque presentaban cierta transparencia que permitía ver las fibras que, en el interior, las interconectaban. Resaltado con un brillante color rojo, aparecía la pequeña área afectada por la operación. En una segunda pantalla, a la derecha, se podía ver una tabla con infinidad de valores, mientras que, a la izquierda, la tercera presentaba el historial del sujeto.

La doctora Amaia Alzaga, una mujer joven con el pelo recogido en un alborotado moño, estudiaba con atención los resultados, comparando en la tabla los datos del paciente antes y después de la delicada operación a la que había sido sometido. Éstos parecían ser prometedores, mejor incluso de lo esperado. Abrió el archivo donde había empezado a redactar el informe y le dictó al ordenador los nuevos comentarios. El sistema procesaba su voz y escribía, casi de inmediato y sin errores, lo que la doctora decía.

—El paciente VCP4 parece haber respondido de manera adecuada al procedimiento. Tan solo unas horas después de la operación, y estando aún inconsciente, la resonancia magnética realizada muestra que no se han visto afectadas áreas del cerebro más allá de las objetivo —Se detuvo un momento para pensar—. Aunque aún es pronto para determinar el éxito de la prueba, todo parece indicar que los resultados serán los esperados, esto es, el cambio de un aspecto de la personalidad del sujeto, en este caso concreto volverle más extrovertido, sin alterar los demás. Por supuesto, habrá que esperar a que el paciente despierte para comprobar el efecto de la operación, así como realizar un seguimiento a lo largo del tiempo de su comportamiento y evolución. En caso de que el éxito se confirme, este estudio supondrá un gran avance en la ciencia del cambio de personalidad mediante la neurocirugía y la eudemónica.

Satisfecha con el nuevo párrafo, la doctora volvió a centrar su atención en la tabla de datos, buscando aquellos que presentaban cambios relevantes para incluirlos también en el informe.

Al poco rato sonaron unos golpes en la puerta del despacho. Amaia miró la pequeña ventanita que se había abierto en una esquina de la pantalla central y que mostraba a la persona que había llamado. No le sorprendió ver de quien se trataba, aunque tampoco le agradó.

—Adelante —dijo, y la puerta se abrió.

Con paso decidido y el rostro serio, un hombre alto y de cabello corto y blanquecino entró en la sala. En la mano llevaba un e-folio, un dispositivo de aspecto similar a un pliego de papel que, sin embargo, se trataba de una fina pantalla electrónica que mostraba la información enviada desde un ordenador.

—Buenos días, doctor Serna —saludó ella, escueta—. ¿Qué le trae por aquí?

—Buenos días, Amaia —respondió el hombre—. En primer lugar quería preguntarte por los resultados de la operación del sujeto VCP4. Tengo entendido que todo ha ido bien.

—Aún es un poco pronto para asegurarlo, pero en principio parece ser que así es. Tendremos que hacer muchas pruebas cuando despierte para confirmarlo. Sin embargo, un primer estudio muestra que la cirugía ha sido un éxito, más allá de las posibles repercusiones que pueda tener en el paciente.

—Bien, me alegra oír eso. El CCGE querrá tener un informe completo del procedimiento y, si todo sale bien, espero que no tengas inconveniente en presentar ante nosotros uno más extenso sobre las posibles implicaciones y usos de este nuevo tipo de operación.

Amaia pensó que aquella era la peor parte. Le gustaba su trabajo y le encantaba poder dedicar su talento a investigar para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Sin embargo, cualquier avance en el campo de la eudemónica tenía que pasar por el Consejo Científico y de Gobierno de Eudemonium, o CCGE. Este estaba constituido por los jefes del Proyecto Eudemonía, la mayoría médicos y científicos con carreras brillantes, que a la vez eran los gobernantes que dirigían la ciudad. El doctor Serna era uno de los miembros.

—Por supuesto —respondió, intentando ocultar lo poco que le agradaba la idea.

—Perfecto. Pero antes de marcharme, tengo otra cosa que decirte —añadió, tendiéndole el e-folio—. Necesito que te hagas cargo de un asunto complicado.

Ella cogió el dispositivo y lo ojeó por encima, tratando de hacerse una idea. El doctor Serna, no obstante, le explicó de qué se trataba.

—No sé si te habrás enterado de lo sucedido. Hace unas horas ocurrió un accidente de tráfico en una de las calles principales de las afueras.

—¿Un accidente de tráfico? —repitió ella, sorprendida— ¿Con los vehículos autotripulados? ¿Cómo ha podido suceder algo así?

—Extraño, ¿verdad? —Amaia notó que al doctor le gustaba mantenerla intrigada, hacer notar que él conocía información que otros aún no tenían—. Un autocontenedor golpeó a un autotaxi que se interpuso en su camino. Los ingenieros han investigado la memoria del vehículo y parece ser que el sistema tuvo un fallo. Por algún motivo el pasajero le mandó cambiar de dirección repetidas veces, lo que sobrecargó el sistema de cálculo de rutas y control del entorno del taxi. Todo parece indicar que el hombre que iba dentro estaba alterado por algo. El sistema de los autotaxis no está programado para enfrentarse a esas situaciones, puesto que se supone que no deben darse en Eudemonium. Por suerte, no ha habido grandes daños, más allá del vehículo que ha quedado destrozado (el contenedor apenas tiene un rasguño), una farola rota y el pasajero, que ha sido ingresado tras sufrir numerosas fracturas y hemorragias internas. Es de él de quien quiero que te ocupes.

—Una historia muy emocionante —respondió ella, con un toque de escepticismo en la voz—. Pero no veo porqué tengo que encargarme yo. Si sólo ha sufrido fracturas y contusiones puede encargarse cualquier otro médico del hospital. Yo estoy muy ocupada con el estudio del cambio de personalidad.

—Lo sé, Amaia. Pero necesito que seas tú. Eres una de las mejores doctoras con las que contamos. —Amaia advirtió el cambio de actitud en el hombre, que de pronto había mutado su tono de superioridad por uno de adulación—. No es tan simple como parece. Se trata de un caso muy especial por dos motivos. —La mujer no tuvo más remedio que admitirse a sí misma que había logrado intrigarla—. El paciente sufrió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente al instante y le provocó una hemorragia interna en el cerebro. En cuanto la ambulancia lo trajo lo metieron inmediatamente al quirófano. Debido a la gravedad de la herida me preocupan las posibles repercusiones que puedan tener tanto los efectos del golpe como los de la operación. Quiero que te ocupes de repetirle los análisis y pruebas rutinarios tan pronto como despierte, y compares los resultados con los de la última revisión. Por otro lado, me intriga el estado del paciente antes del accidente. Necesito saber qué puede alterar tanto a un ciudadano.

—De acuerdo, me haré cargo. —Al fin y al cabo, no la quedaba otra opción.

—Perfecto —repitió el doctor Serna—. Te dejo un rato para que estudies el historial del paciente. En unos minutos saldrá de la sala de operaciones y lo trasladarán a una habitación. Su mujer estará allí, ya le han administrado los relajantes necesarios. Avísame en cuanto tengas resultados.

Sin añadir nada más, el hombre dio media vuelta y salió de la habitación. La puerta se cerró tras él.

Resignada, la doctora guardó el informe que había estado escribiendo y centró su atención en la hoja electrónica que tenía en las manos. Se trataba del historial del paciente accidentado, Adrián Sáez, un hombre de treinta y pocos años, casado y con unas condiciones físicas bastante buenas. Los principales resultados de las últimas revisiones médicas, así como los de los análisis de compatibilidad y personalidad más recientes, venían indicados en una tabla. También aparecía el código QR que le representaba.

Lo escaneó con el lector del ordenador y, tras meter la clave de seguridad que le permitía acceder a la información personal del hombre, estudió su biografía en la pantalla. Aparentemente no se distinguía de la mayoría de los habitantes de la ciudad. Lo más destacado era su puesto de trabajo en el BCE, aunque no tenía un cargo importante por lo que estaba libre de los peligros de estrés y ansiedad característicos de ese sector. Continuó mirando la información mientras se preguntaba qué podría haber alterado la tranquilidad de aquel hombre. Entonces algo en la pantalla atrajo su atención. En los datos familiares aparecía un nombre marcado en rojo, con un signo de advertencia al lado. Inés Sáez, su hermana.

Amaia accedió a la información de la chica. En la parte de arriba de su historial aparecía un mensaje destacado, que indicaba que Inés había pedido un permiso para abandonar la ciudad de manera indefinida. Como causa de tal decisión solo aparecía una escueta explicación: asunto personal. Amaia se detuvo unos instantes para pensar sobre aquel dato. Muy poca gente abandonaba la ciudad, no tenían motivos para ello. ¿Qué le había sucedido a esa Inés para querer marcharse? Se preguntó por qué el doctor Serna no la había informado de aquello. Era el Consejo el que debía aceptar aquella petición, por lo que debía saberlo. Además, seguro que aquello tenía preocupados a varios miembros del CCGE. No era bueno para el experimento, ni para su reputación, que alguno de los ciudadanos lo abandonase.

Sin sacar nada en claro sobre la hermana, regresó al historial del que era su paciente. Tampoco fue capaz de hallar ninguna pista que le indicara las causas de su estado previo al accidente. Decidió que lo mejor sería ir a verle y hablar con él, si estaba despierto. Con su estado físico, el proceso de curación sería rápido. En todo caso, hablaría con la mujer.


 * * *


Amaia avanzaba por los pasillos del hospital, buscando la habitación a donde habían trasladado al paciente. Le resultaba extraño moverse por esa parte del edificio, dedicada a tareas más rutinarias. El personal que la rodeaba la miraba extrañado. Ella les devolvía la mirada, con una alegre sonrisa en el rostro que le costaba mantener.

Aquellos médicos, enfermeros y demás personal sanitario eran eudemónicos normales, sometidos al sistema de análisis y pruebas de compatibilidad. Sus vidas eran por lo general sencillas, pues, a pesar de dedicarse a una profesión que podía con facilidad generar un estado de preocupación y ansiedad, los modernos sistemas y medicinas que empleaban con los enfermos aseguraban que, salvo en contadas ocasiones, los pacientes que trataban no sufrieran ningún mal mayor, lo que repercutía en su propio estado de felicidad.

En cierto modo Amaia los envidiaba. Al dedicarse a la investigación en beneficio del Proyecto, su nivel de eudemonización, al igual que el de sus compañeros de investigación, algunos otros grupos especiales y el propio Consejo, era menor. Aunque seguía las recomendaciones y se sometía a los análisis, su contacto con el mundo exterior y su visión global de Eudemonium y sus fallos no le permitía alcanzar el nivel de felicidad de los demás. Sin embargo, para no alterar el equilibrio, debía aparentar cuando se encontraba entre eudemónicos normales. Era una situación que la producía cierta tensión, pero por suerte solía dedicarse a sus investigaciones y juntarse poco con la gente de la ciudad.

Llegó a la habitación que buscaba, una sala de tamaño medio con grandes ventanas. En el centro había una camilla de regeneración. Un cilindro de cristal, del tamaño de un adulto, colocado de manera horizontal sobre una plataforma. En su interior se encontraba un hombre, profundamente dormido. Tenía gran parte de la cabeza vendada, así como el brazo izquierdo. Su torso y el otro brazo no estaban cubiertos, pero presentaban cicatrices recientes. Amaia pudo ver que, aunque las heridas parecían haber sido graves, estaban sanando con rapidez. Los huesos rotos tardarían un poco más, pero los vendajes le inmovilizaban. Unos sensores inalámbricos repartidos por su pecho, cuello y muñecas le tomaban las constantes vitales y las transmitían a la pantalla que había sobre la camilla. Amaia las echó un vistazo, asegurándose de que no había nada fuera de lo normal.

Junto a la pared había una pequeña mesa flanqueada por dos sillones. En uno de ellos una mujer rubia estaba sentada. Su rostro mostraba una mezcla de desconcierto y desconexión del mundo. La doctora sabía que era efecto de los calmantes que le habían administrado.

Uno de los principales problemas a los que se enfrentaba el Proyecto eran situaciones como aquella, en las que experiencias traumáticas podían arruinar el estado de felicidad de las personas. Había un grupo de científicos trabajando en encontrar una forma de paliar el efecto, siempre que las situaciones fueran inevitables, pero hasta ahora lo único que se podía hacer era medicar a las personas afectadas y mantenerlas por un tiempo alejadas del resto de la población para que su malestar no se extendiera. Estaba demostrado que la desazón se propagaba entre la gente más rápido que cualquier enfermedad.

Amaia creía que, algún día, si sus experimentos iban por el buen camino, podría llegar a desarrollar una cirugía que eliminara la capacidad de los humanos de sufrir ante situaciones como aquella. Un descubrimiento de aquel tipo haría mucho más sencillo el funcionamiento de la ciudad, permitiendo extenderlo a otros lugares. Y, quizás, ella podría darse por satisfecha e ingresar en el Proyecto como ciudadana.

Sin embargo, todavía quedaba mucho trabajo para aquello, y en aquél momento ella tenía otras cosas de las que encargarse. Armándose de paciencia, se dirigió hacia la mujer sentada, esperando que estuviera lo suficientemente lúcida cómo para poder mantener una conversación con ella.

—Buenas días, señora Escalante —saludó, recordando el nombre que había leído en el informe. La mujer levantó la cabeza, fijando la mirada en ella. Eso era buena señal, parecía ser capaz de hablar—. Soy la doctora Alzaga, me gustaría hablar con usted.

—¿Cómo está? ¿Qué ha sucedido? —preguntó la mujer. A pesar de las palabras preocupadas, el tono de su voz era tranquilo, casi indiferente.

—Su marido es un hombre sano y los médicos han actuado con rapidez. Con ayuda de la camilla de regeneración, el señor Sáez recuperará su salud física en pocos días. —Un brillo de alegría cruzó por los ojos de la señora Escalante—. Sin embargo, tengo que advertirla de que ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza que nos ha obligado a realizar una operación cerebral urgente. No sabemos si como consecuencia se habrá producido algún cambio permanente en su cerebro. ¿Entiende lo que trato de decirla, señora Escalante?

—No estoy segura… —dudó la mujer.

—El señor Sáez se repondrá, pero habrá que someterle a nuevos análisis y un minucioso estudio durante los próximos meses. Es posible que algo en su marido cambie. Necesito que me avise si nota cualquier cosa extraña en él. ¿Me ha entendido? —Como respuesta, un leve asentimiento de cabeza—. ¿Puedo contar con usted? Es muy importante. —Otro asentimiento de cabeza.

—¿Qué ha sucedido? —repitió la señora Escalante, que no había recibido respuesta a su segunda pregunta.

—Su marido tuvo un accidente de tráfico. Hubo un fallo en el sistema del autotaxi. —Prefirió darle una versión resumida del problema del vehículo—. Algo tenía alterado a su marido antes del accidente, ¿sabe qué pudo ser?

—¿Alterado? —dudó, quizá preguntándose cómo podían haber averiguado algo como aquello—. No, no que yo sepa. Había ido a comer con sus padres y su hermana.

Amaia anotó en su mente ese dato. Quizá no fuera más que una casualidad, pero que el hombre hubiera estado con la hermana que quería marcharse de la ciudad justo antes del accidente la intranquilizaba. Tal vez ella le había dicho algo que lo había inquietado. ¿Le habría contado el motivo por el que quería marcharse?

Desechó aquellos pensamientos de su cabeza. Su misión era asegurarse de que el paciente se recuperaba y comprobar si había sufrido transformaciones. También tenía que tratar de averiguar qué lo había alterado, pero lo más sencillo sería preguntarle a él cuando despertara. Hasta entonces no servía de nada hacer elucubraciones.

—Ahora tengo que dejarla, señora Escalante. Pero me gustaría hablar con su marido cuando despierte, así que volveré por aquí tan pronto como me avisen de ello. Hasta luego.

No obtuvo respuesta, tan solo un nuevo movimiento con la cabeza.

Amaia salió de la habitación para dirigirse de nuevo a su despacho, que se encontraba al otro lado del edificio. Al pasar por la recepción, le llamó la atención una joven que preguntaba por un paciente. Parecía demasiado preocupada, aunque trataba de ocultarlo. Amaia la observó desde lejos y, cuando la chica obtuvo respuesta y se dirigió hacia ella, la doctora reconoció en su rostro a la hermana del señor Sáez.


 * * *


Cuando la doctora Alzaga se marchó, Lara quedó sola en la habitación, con su marido dormido en la camilla de regeneración. Permaneció un rato mirando a Adrián. No sabría decir cuánto, pero podría jurar que notaba como las cicatrices iban desapareciendo de su cuerpo gracias a la tecnología curativa del cilindro.

Trató de pensar en las palabras de la doctora, pero tenía la mente nublada y le costaba centrarse. No obstante, logró analizar, desde una perspectiva fría y distante, la situación. Aunque era incapaz de conjeturar si quiera qué podría haber alterado a su marido, lo importante ahora eran las circunstancias en la que se encontraban. Por suerte, gracias a la medicina moderna y a pesar de la gravedad de las heridas, Adrián se recuperaría en poco tiempo. Lara creía que en una semana como mucho podrían volver a casa.

Después tendrían que hacerle de nuevo los análisis y escáneres. Lara comprendía que, si el golpe o la operación habían alterado el cerebro de su marido, su vida podría cambiar para siempre. Sin embargo, no estaba intranquila por ello. Sabía que tendría que estar preocupada, quizás incluso triste, aunque esa sensación era desconocida para ella. Por el contrario, aún sin sentir la felicidad a la que estaba acostumbrada, estaba en un estado de relajación e indiferencia. Un vacío de emociones causado por las pastillas que le habían administrado, como si se encontrara dentro de una cápsula que la aislaba del resto del mundo volviéndolo lejano e irreal.

De pronto percibió un ligero movimiento dentro de la camilla. Adrián había despertado. El hombre giró la cabeza con un esfuerzo y, a través del cristal que lo rodeaba, miró a los ojos de su mujer. Por un momento el corazón de esta se detuvo, para volver a latir con fuerza cuando los labios de él esbozaron una ligera (parecía que le costaba expresarse debido a los vendajes y las heridas que había debajo) pero sincera sonrisa.

En ese momento entró alguien en la habitación, pero Lara tardó un rato en levantar la vista para ver de quién se trataba.


 * * *


Adrián se encontraba tumbado en una camilla normal, pues le habían sacado del cilindro de regeneración al poco de despertar. También le habían retirado el vendaje del brazo, que permanecía  inmovilizado con una red rígida de plástico. La cabeza, sin embargo, seguía estando envuelta en vendas por encima de los ojos, por lo que apenas podía moverla y le costaba hacer gestos con la cara.

A su lado, en ambos sillones, estaban sentadas su mujer y su hermana, hablando apaciblemente. Adrián recordó la conversación que había mantenido con Inés antes del accidente, pero desde que había llegado no habían hecho mención alguna al asunto.

Inés se había presentado casi en el momento en que él despertaba, y se había apresurado a preguntarle cómo se encontraba. Había acribillado a las enfermeras con preguntas y no se había calmado hasta que habló con el médico que le había operado. Tras rechazar las pastillas que le ofrecieron para calmarse, se había sentado junto a su cuñada.

—Los médicos han dicho que la regeneración ha ido bastante bien —le explicó a Adrián su mujer, que parecía haber recuperado en parte su alegría—. Solo tendrás que estar aquí unos pocos días y después podremos volver a casa.

—Os tendrán aislados una temporada —advirtió Inés, sin darse cuenta de la atmósfera tensa que estaba creando. Adrián pensó que su hermana tenía, en los últimos tiempos, un don especial para cambiar el ambiente a su alrededor—. Apenas ni me dejan entrar a verte. No permitirán que os juntéis con otra gente durante una temporada, para que vuestro estado alterado no afecte la felicidad de los demás.

—Eso es siempre así, Inés —respondió Lara, al parecer sin percatarse del tono resentido en la voz de su cuñada—: es la norma, para afectar lo mínimo posible al experimento.

—Ya… el experimento… —murmuró Inés.

Antes de que la conversación pudiera continuar por un camino que Adrián no sabía a dónde podría llevar, la puerta se abrió. La mujer que entró se quedó un rato mirando a Inés, como evaluando la situación. Después, ignorándola, se volvió hacia el matrimonio, con una amable sonrisa en el rostro.

—Señor Sáez, me alegro de verle despierto. Soy la doctora Amaia Alzaga, estuve hablando hace un rato con su mujer. ¿Cómo se encuentra?

—Bien, creo. Lo cierto es que no me duele nada, esos medicamentos que me han dado son muy eficaces. Pero me cuesta mover la cabeza.

—Procure no hacer movimientos bruscos. Tenía varias fracturas que, aunque se han soldado, todavía necesitan cerrarse del todo. Serán solo unos días, después podrá regresar a su vida normal. Como ya le comenté antes a la señora Escalante —dijo, mirando a Lara por un instante—, su cuerpo estará recuperado del todo en breve. Sin embargo, debido al golpe que sufrió en la cabeza tuvo que ser intervenido nada más llegar al hospital. Aunque esperamos que no haya efectos secundarios como consecuencia de la cirugía, tendremos que repetirle las pruebas rutinarias antes de marcharse, y tendrá que estar unos meses bajo observación.

Adrián trató de asentir en un movimiento reflejo, pero se detuvo y en su lugar musito un leve “de acuerdo”.

—Lo más importante ahora es ver si hay algún cambio. ¿Se nota usted distinto?

Adrián pensó un poco la pregunta, sin terminar de entender qué quería decir con ella. Concluyó que se sentía igual que siempre, salvo por lo obvio.

—No, no me siento distinto.

—Eso es buena señal. No obstante, habrá que realizar las pruebas. Y si notan cualquier cambio avísenme. Pueden estar tranquilos, dentro de unos días volverán a su vida.

—Eso es estupendo, ¿verdad, Adrí? —dijo entusiasmada Lara.

—Claro —respondió él.

—Una cosa más antes de irme. El accidente se debió a un fallo en el sistema de control del autotaxi. Algo en lo que, por cierto, ya están trabajando los ingenieros para que no se repita. Pero la causa que provocó el fallo parece ser que se trata de una serie de instrucciones contradictorias. ¿Estaba usted alterado por algo, señor Sáez, cuando ocurrió el choque?

Los ojos de Adrián se desviaron un momento para cruzarse con la mirada de su hermana. Esta estaba seria y silenciosa, como había permanecido desde que entrara la doctora.

—No recuerdo muy bien los momentos previos —Volvió a mirar a la doctora—. Pero creo que no. Solo quería volver atrás porque había olvidado algo en casa de mis padres.

—De acuerdo, señor Sáez —respondió ella, manteniendo aún la sonrisa en el rostro—. Esto es todo por ahora. Debe descansar. Volveré cuando haya que hacer las pruebas. Hasta luego.


 * * *


Amaia regresó a su despacho no muy segura de qué pensar. El paciente parecía encontrarse bien, por lo que esa parte de su tarea podía darla por concluida. Al menos hasta realizar las pruebas y ver los resultados, que esperaba no presentaran cambios con respecto a la anterior revisión.

Por otro lado, creía que el señor Sáez le ocultaba algo respecto a lo que le afectó antes del accidente. ¿Estaría relacionado con su hermana? Parecía bastante posible.

Tendría que pensar en aquello. Quizás hablar a solas con cada uno de los hermanos. Pero por el momento, lo mejor sería redactar un breve informe para el doctor Serna y después ir a comprobar si el sujeto VCP4 había despertado. Tenía mucho trabajo por hacer aún, antes de que acabara el día.


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