sábado, 6 de junio de 2015

Eudemonium: La Ciudad de la Felicidad - Capítulo 1

Como comenté hace unas horas en la entrada anterior, aquí dejo el prólogo y el primer capítulo. Agradezco cualquier comentario y espero que a quien lo lea le guste. El próximo mes llegará el segundo capítulo.



Como, a lo que parece, hay muchos fines, y podemos buscar algunos en vista de otros: por ejemplo, la riqueza, la música, el arte de la flauta y, en general, todos estos fines que pueden llamarse instrumentos, es evidente que todos estos fines indistintamente no son perfectos y definitivos por sí mismos. Pero el bien supremo debe ser una cosa perfecta y definitiva. Por consiguiente, si existe una sola y única cosa que sea definitiva y perfecta, precisamente es el bien que buscamos; y si hay muchas cosas de este género, la más definitiva entre ellas será el bien. Mas en nuestro concepto, el bien, que debe buscarse sólo por sí mismo, es más definitivo que el que se busca en vista de otro bien; y el bien que no debe buscarse nunca en vista de otro bien, es más definitivo que estos bienes que se buscan a la vez por sí mismos y a causa de este bien superior; en una palabra, lo perfecto, lo definitivo, lo completo, es lo que es eternamente apetecible en sí, y que no lo es jamás en vista de un objeto distinto que él. He aquí precisamente el carácter que parece tener la felicidad; la buscamos siempre por ella y sólo por ella, y nunca con la mira de otra cosa. Por lo contrario, cuando buscamos los honores, el placer, la ciencia, la virtud, bajo cualquier forma que sea, deseamos sin duda todas estas ventajas por sí mismas; puesto que, independientemente de toda otra consecuencia, desearíamos realmente cada una de ellas; sin embargo, nosotros las deseamos también con la mira de la felicidad, porque creemos que todas estas diversas ventajas nos la pueden asegurar; mientras que nadie puede desear la felicidad, ni con la mira de estas ventajas, ni de una manera general en vista de algo, sea lo que sea, distinto de la felicidad misma.
Aristóteles, Moral a Nicómaco, Libro Primero, IV
(Biblioteca Filosófica. Obras filosóficas de Aristóteles. Volumen 1. Traducción: Patricio de Azcárate)


PRÓLOGO:

Eudaimonía o eudemonía (del griego εὐδαιmon): Estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida. Plenitud de ser, felicidad.

La ciencia y la tecnología han permitido al hombre conocer el mundo en el que vive como nunca antes. La curiosidad ha sido siempre una cualidad innata en el ser humano y es lo que le ha llevado a preguntarse sobre el porqué de las cosas y sus causas. Desde el descubrimiento de los continentes y los mares hasta la exploración del universo, del estudio de las leyes básicas de la física al conocimiento de las estructuras subatómicas, desde el uso de plantas medicinales y ungüentos a la cirugía más avanzada.

Pero si algo ha inquietado siempre al hombre ha sido el estudio de sí mismo y el funcionamiento de esa herramienta tan compleja y enigmática que es su propio cerebro. La pregunta de si el alma existe y es algo intangible e inmaterial, o por el contrario venimos predefinidos por nuestra estructura neuronal, la cual puede llegar a ser desentrañada.

La ciencia nos ha dado al fin la respuesta. Cada ser humano es único y diferente, pero sus características particulares pueden ser analizadas. El aspecto físico, la propensión a distintas enfermedades, la personalidad, los gustos e incluso las emociones, todo viene definido por nuestra anatomía. Los genes pueden dar información suficiente como para saber el aspecto físico de una persona a cualquier edad y la probabilidad de que sufra a lo largo de su vida una u otra enfermedad. Así mismo, un estudio meticuloso de la organización de su cerebro, las neuronas que lo conforman y las conexiones entre las mismas, puede proporcionar las claves para descifrar cualquier personalidad. Solo hay que saber interpretarlas.

E interpretarlas es precisamente lo que saben hacer los científicos que fundaron Eudemonium.

Tras haber alcanzado una comprensión casi absoluta de la complejidad del cerebro humano y ser capaces de describir la personalidad de una persona en una tabla de datos, un grupo de científicos decidió utilizar este conocimiento en beneficio de la sociedad.

Para ello iniciaron un proyecto, conocido como Proyecto Eudemonía, que consistió en la fundación de una ciudad casi totalmente aislada del resto del mundo. En ella, durante años se ha analizado de manera regular a todos sus habitantes, clasificándolos en grandes bases de datos. A partir de ellas, un complejo sistema informático se encarga de comparar la información y realizar recomendaciones a las personas en función de sus características, para cualquier aspecto de la vida. Desde qué comer o qué música escuchar, hasta qué estudiar, a qué trabajo dedicarse o incluso con quién relacionarse.

El objetivo: la felicidad de los ciudadanos.

Si los datos indican que no te va a gustar una comida, ¿por qué molestarte en probarla y pasar un mal rato? Si te aseguran que trabajando en cierto lugar vas a disfrutar de tu trabajo, ¿por qué arriesgarte con otro? Si te prometen que no vas a congeniar con cierta persona, ¿para qué conocerla y malgastar tu tiempo?

En definitiva, si puedes ser feliz, ¿por qué no serlo?


CAPÍTULO 1:

La multitud salía de la sala de proyecciones del cine comentando la película que acababan de ver y quitándose las gafas de visionado 3D de alta calidad. A través de puertas cercanas también aparecían más personas que habían asistido a la proyección de una u otra película. Las conversaciones giraban en su mayoría en torno a los distintos largometrajes que habían visto y el humor general era agradable pues todos habían disfrutado de ellos.

Adrián, Lara y sus amigos fueron de los últimos en salir al pasillo del gran centro comercial. Era sábado a última hora de la tarde y estaba abarrotado. La gente salía y entraba de las tiendas, cargada con bolsas, y los niños correteaban de un lado para otro entre risas y gritos. Lejos de incomodarles, Adrián y sus tres acompañantes disfrutaban del ajetreo que había a su alrededor.

Se dirigieron rápidamente a uno de los muchos restaurantes de comida rápida, donde habían reservado con antelación una mesa para cuatro. Se sentaron en un rincón un poco apartado, una pareja enfrente de la otra. Adrián lo agradeció, pues aunque le gustaba estar rodeado de gente, prefería un lugar más tranquilo para poder charlar.

—¡Qué bonita la película! Me ha gustado mucho —comentó Lara, mientras ojeaba el menú que había sobre la mesa.

—A mí también —coincidió Sofía, que se volvió hacia los dos hombres—. ¿Y a vosotros que os ha parecido?

—Mmm… no sé qué pedir —Adrián miraba por encima del hombro de su mujer los distintos platos, haciendo caso omiso de la conversación de las chicas—. Creo que me apetece una hamburguesa, hace mucho que no me como ninguna.

—Buena idea —Se mostró de acuerdo su amigo, mirando con ojos golosos la imagen que aparecía en el menú—. Esta doble con beicon tiene una pinta que te cagas. ¿Nos echamos una pal cuerpo, Adri?

—¡Ismael! —Sofía miraba a su novio con fingida indignación—. Os estoy hablando. ¿No podéis dejar de pensar en la comida por un momento y hacerme caso?

—No te irrites, cari —le respondió él, poniendo a su vez cara de niño bueno—. Ya sabes que somos hombres y solo pensamos en una cosa, ¡comer!

Las carcajadas de Ismael resonaron por todo el local, y los demás rieron con ganas. Sofía e Ismael se dieron un breve beso para poner fin a su fingida discusión.

—¿No vas a asegurarte de la hamburguesa, Adri? —le preguntó Lara a su esposo, una vez que las risas se hubieron acallado.

—Si, por supuesto. Pero realmente me apetece mucho, espero que el resultado sea bueno.

Adrián levantó la muñeca izquierda, donde llevaba un moderno smartwatch, y, pulsando sobre la pantalla, abrió Appfinity, la aplicación oficial para realizar la prueba de compatibilidad. Con la pequeña cámara que tenía el dispositivo en un lateral, escaneó el código QR que había en el menú, junto al dibujo de la suculenta hamburguesa. En apenas unos segundos el fondo se volvió de color naranja oscuro y unos brillantes números parpadearon en la pantalla: 62,8%.

—Vaya —dijo disgustado Adrián—. ¡Con las ganas que tenía de una buena hamburguesa! Bueno, veamos que más hay por aquí.

Siguió escaneando los códigos de los distintos platos. La pantalla cambiaba de color según cada uno, con tonos variados entre el naranja y el amarillo verdoso, mientras los números tomaban valores diversos. Después de repasar todas las opciones del menú, Adrián volvió a comprobar la pizza carbonara, que producía un color verde intenso y daba un valor de 84,3%.

Los demás le imitaron, escaneando con sus dispositivos los códigos. Lara usaba un smartwatch similar al suyo, aunque con un diseño más refinado, Sofía sacó su smartphone ultra plano del bolso e Ismael utilizó las smartglasses que siempre llevaba puestas.

Cuando se acercó la camarera todos pidieron el plato que mayor resultado les había dado en el análisis. Adrián pidió la pizza carbonara, Ismael un “durum” de carne y las chicas unos bocadillos vegetales. Ninguno se quejó de que no les gustara lo que habían pedido. En realidad, todos lo saborearon con ganas, satisfechos de sus decisiones.

—Joder, tío, ¡esto estaba cojonudo! —exclamó Ismael al terminar su cena, cuando a los demás aún les quedaba más de la mitad—. La comida turca es el mejor invento del mundo.

—¿Quieres un trozo de pizza, La? —preguntó Adrián mirando a su esposa, que estaba terminando su bocadillo.

—No, gracias. Ya viste que solo me dio un 67,2%.

Siguieron comiendo mientras charlaban de todo un poco. Tras terminar todos su comida decidieron pedir un postre. Una vez se lo hubieron servido, Ismael y Sofía se pusieron serios de repente.

—Chicos, tenemos que deciros algo —empezó Sofía, un poco titubeante. Ismael le cogió la mano por encima de la mesa y asintió ligeramente, instándola a continuar—. Ismael y yo lo hemos estado hablando. Ya llevamos saliendo mucho tiempo y creemos que es el momento de dar un paso más. Nos vamos a casar.

Ambos sonrieron, felices de haberles transmitido la noticia a sus amigos. Adrián y Lara, por su parte, quedaron asombrados. No se esperaban esa noticia. Pero tras la impresión inicial pronto reaccionaron con exclamaciones y felicitaciones.

—¡Enhorabuena! —Lara fue la primera en reponerse de la sorpresa—. Estoy segura de que os irá muy bien.

—Vaya, Isma —se unió Adrián—, felicidades tío. Y a ti también, Sofía.

—Gracias. Estamos muy ilusionados —respondió Sofía—. Sois los primeros a los que se lo decimos.

—¿Estás segura de dónde te metes? —preguntó Adrián, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a su amigo—. Aquí Ismael es todo un personaje. Aunque parezca un caballero no es más que una fachada. ¿De verdad quieres pasar el resto de tu vida con él?

Sofía rio, al igual que Adrián. Ismael, por el contrario, le miraba con un ceño fruncido, en un simulado gesto de enfado. Adrián le devolvió la mirada con una sonrisa burlona.

—¿Habéis comprobado la compatibilidad? —intervino Lara.

—Por supuesto —se adelantó Ismael, volviendo a sonreír, a su futura esposa. Ahora, al tratar un tema importante hablaba de manera menos ruda—. Fue lo primero que hicimos antes de decidir nada. Los análisis de compatibilidad nos dan un 94,6%.

—Eso es un buen valor. Los expertos no recomiendan un matrimonio por debajo del 92%.

—Y también superamos ambos el 90% en las pruebas del matrimonio. Según los resultados, no solo es buena idea sino lo más recomendable.

—Cuando vosotros os casasteis, ¿qué valor os daba? —se interesó Sofía.

Lara miró a su marido, esperando que él respondiera, pues sabía que tenía buena memoria para esas cosas. Tras pensar unos instantes, Adrián respondió.

—Si mal no recuerdo, estábamos en el 96,7% —Lara sabía que él solo estaba fingiendo dudar, pero que en realidad recordaba perfectamente el dato—. Nos dijeron que era un valor muy bueno, difícil de mejorar. Pero lo cierto es que ha aumentado un poco más desde entonces.

—Si es que sois una pareja perfecta, ¿verdad que si, Isma? Míralos, los dos juntos, Lara y Adrián. Si es que están hechos el uno para el otro.

La conversación siguió mientras terminaban el postre, derivando hacia la planificación de la boda. Al terminar la cena, decidieron ir a tomar algo a un pub para celebrar la noticia. Fueron a un sitio cercano en el que ya habían estado en otras ocasiones, pues Appfinity les daba valores elevados a todos. Se trataba de un lugar grande que solía estar abarrotado a horas más tardías, pero que en ese momento estaba bastante tranquilo. Las chicas se pusieron a bailar mientras ellos pedían unas copas y bromeaban sobre la futura vida de casados de Ismael y Sofía.

Aunque siempre pedía lo mismo, Adrían escaneó, casi sin darse cuenta, el código de su copa antes de pedirla. El resultado, como era habitual, indicaba un valor del 88,8%, número que siempre le resultaba curioso.

—Olvídate de tu agradable rutina, Isma —le dijo Adrián a su amigo, una vez que ambos tenían su bebida—. Despídete de las tardes viendo el fútbol tranquilamente en el sofá, de la siesta de tres horas después de comer o de la pila de platos sin fregar durante tres días. Cuando quieras darte cuenta lo único que haréis Sofía y tú será discutir. Y lo que es peor, ¡tendrás que visitar a tu suegra al menos una vez a la semana!

—Jajaja, tú a mí no me engañas, Adri —respondió Ismael entre carcajadas—. Tengo entendido que esas cosas suceden ahí fuera, pero no aquí entre los muros de Eudemonium. Además —añadió guiñándole un ojo—, solo hay que veros a Lara y a ti para darse cuenta de que los matrimonios funcionan bien. Si se siguen las recomendaciones y los análisis de compatibilidad, claro, y se hacen las cosas como dios manda. No como aquella pareja de idiotas que se casaron con solo un 83% y míralos ahora, separados, disgustados y expulsados de la ciudad.

En ese momento Sofía y Lara se acercaron. Venían con una copa cada una, y parecía que les habían hecho efecto pues ambas se reían de manera un tanto estúpida.

—¿De qué habláis, cariño? —Lara se abrazó a Adrián y no le dejó responder, ya que se acercó a él para darle un largo y sensual beso.

—¿Ves qué te decía, tío? —rio Ismael.

—Le comentaba a Isma lo que le va a deparar la vida de casado —explicó Adrián, separando con suavidad a su mujer, pero sin dejar de rodearla con un brazo.

Entre risas y comentarios cada vez más subidos de tono la conversación continuó durante largo rato.

—¿Vosotros habéis pensado en tener hijos? —preguntó Sofía, un par de horas más tarde, cuando el local ya estaba bastante más lleno.

Adrián no dudó en responder.

—Lo hemos mencionado alguna que otra vez. Pero a ninguno de los dos nos apetece mucho —Lara, a su lado, asentía mostrándose de acuerdo con su marido—. Supondría un gran cambio en nuestras vidas, y no estamos dispuestos a ello.

—Además —añadió Lara—, los resultados de compatibilidad nos dan un valor inferior al 70%. Solo con eso ya ni nos lo planteamos.

A pesar de la seguridad de sus palabras y sus semblantes convencidos, por los ojos de ambos pasó una breve pero profunda sombra de duda y, quizás, de algo más. Pero nadie, ni siquiera ellos mismos, lo percibió.

Media hora más tarde salían del local para dirigirse a sus hogares. Ismael y Sofía se separaron para coger un autotaxi, mientras que Lara y Adrián decidieron caminar para despejarse, ya que su casa no estaba demasiado lejos.

Durante el camino, comentaron la noticia que les habían anunciado horas antes sus amigos. Se sentían contentos por ellos, aunque Adrián, que conocía a Ismael desde hacía muchos años, no habría esperado nunca ver a su amigo casado.

—A veces las personas te sorprenden, Adri —le decía Lara mientras ponía el dedo índice en el escáner del portal. La puerta se abrió con un suave chasquido mientras las luces se encendían y el ascensor bajaba desde un piso superior.

—Pero, siendo sincera, ¿tú te imaginabas a Ismael casándose? —Adrián seguía mostrando su asombro. Abrió la puerta del ascensor y entraron—. Al décimo piso —ordenó con voz clara.

El ascensor comenzó a ascender pasando planta tras planta hasta llegar a la indicada.

—Lo cierto es que me ha sorprendido también a mí—concedió Lara, mientras repetía el proceso del dedo índice sobre el escáner de la puerta de su piso—. Pero ya ves, los análisis de compatibilidad les han dado un buen resultado. Parece que están hechos el uno para el otro.

Ya dentro del apartamento, se quitaron los abrigos y fueron derechos al dormitorio. Era tarde y ambos estaban cansados. Antes de meterse en la cama, juntaron sus smartwatches, como hacían cada noche, de manera que escanearan mutuamente los códigos del otro.

Las dos pantallas adquirieron un color azul intenso, como el del cielo en un día luminoso y despejado. Los números parpadeantes presentaron un valor del 97,2%. Adrián sonrió y después besó a su esposa, primero con suavidad, luego más apasionadamente. Lara comenzó a quitarse la camisa sin apartarse de su marido.

A pesar del cansancio que tenían ambos, aún tardaron un rato en dormirse.


 * * *


Adrián tenía treinta y dos años. Los siete últimos los había pasado al lado de Lara, a la que conoció al terminar la universidad. Desde el principio ambos habían congeniado bastante bien. Los análisis de compatibilidad ya les daban un 87,3% cuando se conocieron. La amistad que los unió no tardó en transformarse en algo más y al cabo de tres años se habían casado.

Vivían en un apartamento en el centro de la ciudad. A ambos les gustaba el ajetreo de esa zona, la gente yendo y viniendo a todas horas. Siempre había vida en las calles. A pesar de que no era muy grande, a ellos les bastaba para vivir. Además, les pillaba cerca del trabajo, al que podían ir andando perfectamente todos los días sin necesidad de coger el autocoche o ningún otro medio de transporte urbano.

Adrián trabajaba entre semana en las oficinas del Banco Central de Eudemonium, el BCE. Disfrutaba mucho de su trabajo, muy relacionado con su carrera universitaria en ciencias económicas. Además, le permitía estar en contacto con distinta gente. Nunca se aburría y siempre había alguien con quien hablar, ya fuera de asuntos del trabajo o de banalidades sin importancia. Recordaba perfectamente el día que, escaneando con su tablet los códigos de las distintas ofertas de empleo que encontró, comprobó la compatibilidad con aquel puesto y la pantalla adquirió un color azul tan brillante como solo había vuelto a conseguir al escanear el código de Lara.

Por su parte, ella trabajaba en una escuela para adultos, enseñando historia. Era un trabajo complicado, explicar a gente que jamás había experimentado algo contrario a la felicidad lo que eran las guerras, las causas que las provocaban y el sufrimiento que producían. Ni si quiera ella misma era capaz de comprenderlo del todo, pues había nacido y vivido toda su vida en la Ciudad de la Felicidad.

Adrián, por el contrario, llegó cuando tenía cinco años. Sus padres vivían fuera de la ciudad, pero decidieron entrar a formar parte de la comunidad eudemónica cuando nació su segunda hija, la hermana de Adrián. Él apenas recordaba nada de su vida fuera y se sentía plenamente eudemónico.

Para él la vida era un constante estado de felicidad y satisfacción. Era feliz con su matrimonio, con su trabajo, con sus amigos. Con todos los aspectos de su vida. Así era también para todos los demás ciudadanos de Eudemonium, esa ciudad que se basaba en la tecnología para mantener a su población en un permanente estado de felicidad y confort.

Si para mantener eso tenía que someterse periódicamente a los análisis y pruebas, a Adrián no le importaba. Al fin y al cabo no eran molestos, solo requerían de varias horas. Unos escáneres y unos cuantos análisis de sangre cada dos años. Después, solo escanear códigos con su dispositivo smartwatch, smartphone o smartloquefuera. Y eso era ya un hábito que hacía sin pensar.


* * *


Una mañana de sábado, varias semanas después de la cena con Ismael y Sofía, Adrián cogió un autotaxi para ir a visitar a sus padres, a los que hacía bastante que no veía. Sabía que ellos se alegrarían de verlo, igual que él. Lara no lo acompañaba, pues tenía que dar unas clases.

Al llegar a casa de sus progenitores, que vivían en un barrio más tranquilo a las afueras de Eudemonium, le alegró encontrarse también allí a su hermana, Inés. Se juntaban pocas veces todos, aunque mantenían el contacto por medios electrónicos. Su madre aprovechó la ocasión para invitarlos a quedarse a comer, oferta que ambos hermanos aceptaron.

Les preparó un guiso de pollo, el plato favorito de los dos desde que eran pequeños. Era una de las pocas cosas que Adrián no escaneaba. En parte debido a que, al ser un producto cocinado en casa, el proceso de análisis era más complejo. No había código QR que escanear, por lo que Appfinity necesitaba examinar una muestra con el escáner que el smartwatch tenía incorporado y realizar después un complicado y largo proceso. Además, Adrían sabía que el resultado sería elevado, pues siempre disfrutaba del que era el plato estrella de su madre.

Mientras almorzaban, los hermanos se interesaron por la salud de sus padres y su apacible vida de jubilados.

—¿Cómo os encontráis de salud, mamá? ¿Qué tal aquellos dolores de espalda que tenías?

—¡Ay, muy bien, hijo! —contestó la mujer—. Fui a ver al doctor y me mandó varias pastillas. El dolor ha desaparecido, así que vuelvo a poder salir a pasear con mis amigas.

—Vuestra madre está mejor que nunca—intervino entonces el padre—. No para por casa, entre unas cosas y otras. No me sorprendería verla correr en la próxima maratón.

Adrián rio ante el comentario de su padre. Se alegraba de verlos felices, parecía que a pesar de la edad estaban contentos y bien cuidados.

—Inés, hija, ¿quieres un poco más de pollo? —preguntó su madre a la joven, que había permanecido bastante callada a lo largo de toda la conversación, centrada en la comida—. Ya te has terminado el plato.

—No, gracias, mamá —respondió—. Estoy bien. Estaba muy rico.

—Me alegra que te haya gustado.

Tras la comida la conversación se alargó durante varias horas. Adrián pensó que hacía tiempo que no se juntaban todos, y le alegró comprobar que, sin embargo, podían seguir compartiendo buenos momentos de vez en cuando. Pasaron una agradable velada los cuatro, la familia reunida en el antiguo hogar.

Cuando anochecía, Adrián se despidió de sus padres. Quería llegar a casa pronto para cenar con su mujer. Inés salió con él, aprovechando que podían compartir autotaxi y pasar más tiempo con su hermano. Así, se montaron los dos en el vehículo autotripulado.

—¿Qué tal te va todo, Adrián? —preguntó ella, aunque ya habían hablado largo y tendido durante toda la tarde.

—Bien, bien. En realidad estupendo, Inés. Aunque no es ninguna sorpresa —añadió, riendo—, aquí en Eudemonium es lo normal. Me pregunto cómo será la vida ahí fuera —murmuró. No captó la sombra que pasó por la mirada de su hermana—. ¿Y a ti? ¿Qué te depara la vida, hermanita?

—Bien también, supongo. Ya sabes, como acabas de decir, aquí es lo habitual.

Adrián notó entonces un extraño sentimiento en la voz de su hermana, algo que no sabía calificar. Pero le producía cierta preocupación, una sensación a la que no estaba acostumbrado.

—¿Te ocurre algo, Inés? Te he notado un poco distante durante la comida.

—Veras… —Ella dudó unos instantes. Después, mirándolo a los ojos, continuó—. No quería decirlo delante de papá y mamá, pero necesito contárselo a alguien de confianza. Yo también me he preguntado muchas veces cómo será la vida ahí fuera. Lejos de todos estos análisis y pruebas constantes.

—Pues no como aquí, Inés. No como aquí. Allí no son felices, toman decisiones equivocadas constantemente y eso les produce malestar.

—Tú viviste fuera cuando eras pequeño, ¿no recuerdas cómo era?

—Pues no, la verdad —Era cierto. En ocasiones había tratado de rememorar su vida fuera de la ciudad, pero era demasiado pequeño y no tenía recuerdos de aquella época—. Pero Lara me ha contado muchas cosas de las que enseña en sus clases. Y te puedo asegurar que el mundo exterior es terrible, de una manera que no somos capaces de imaginar aquí.

—Ya, pero… —volvió a dudar ella—. Siento que aquí me falta algo. Soy feliz y, a la vez, no lo soy. No sé cómo explicártelo, tengo como un vacío dentro.

—Lo que te ocurre es que tienes que enamorarte, hermanita. Eso es lo que te pasa —se rio él, intentando relajar la tensión que, de pronto, se respiraba en el ambiente—. Lo que te falta es tu media naranja, compatible al 92%.

—No es eso, Adrián, no es eso —Nunca había visto a su hermana tan seria—. Creo que necesito cambiar de aires. Sentir el mundo exterior y ver si allí encuentro lo que me falta.

—No entiendo, Inés. ¿Qué estás tratando de decirme?

—Que me voy a ir, Adrián. He pedido un permiso para abandonar Eudemonium de manera indefinida y me lo han concedido. Dentro de un mes saldré al mundo exterior.

Adrián estaba tan sorprendido que no sabía qué responder. No podía creer lo que escuchaba. Su hermana, la que siempre había querido estudiar medicina para ayudar en la mejora y desarrollo del Proyecto Eudemonia, de pronto se quería ir, alejarse de aquel lugar de felicidad para adentrarse en el deprimente y desolador mundo exterior.

—¿Qué te ha pasado, Inés? —logró articular con esfuerzo.

—Es complicado, Adrián. Y no creo que lo entiendas.

El silencio se adueñó del interior del vehículo, que no tardó en pararse junto a la acera en una amplia calle.

—Aquí me bajo, hermano —Se despidió Inés, dándole un beso en la mejilla antes de salir—. Espero que nos veamos de nuevo antes de que me marche. Adiós.

Cerró la puerta y se alejó caminado hacia el portal. Adrián no la vio entrar, pues el autotaxi había vuelto a arrancar. Aturdido por la noticia que acababa de recibir, y sin terminar de asimilarla del todo, Adrián empezó a sentir emociones desconocidas. No sabía describirlas, pero no era algo agradable.

¿Cómo podía su hermana pensar aquello? Empezaba a comprender todo lo que significaban sus palabras. No la veía con frecuencia, pero de vez en cuando se juntaban y hablaban mucho. Y siempre se comunicaba con ella por las redes sociales, dejándose mensajes con noticias interesantes para ambos o vídeos divertidos. ¿Qué pasaría si Inés se iba de Eudemonium?

Adrián no estaba seguro. Poca gente dejaba la ciudad. Solo lo hacían aquellos que eran expulsados. Y esos no volvían nunca. ¿Podría ella regresar cuando viera su error? Y si no era así, ¿cómo podría comunicarse con ella? Las relaciones con el exterior estaban muy limitadas, pues podían afectar al experimento que era la ciudad.

Decidió que tenía que hablar con ella y hacerla cambiar de opinión.

—Detente —ordenó al sistema que controlaba el autotaxi, el cual respondió de inmediato frenando suavemente—. Vuelve a casa de Inés.

Tras indicarle la dirección, el vehículo dio media vuelta en la calle y volvió por donde había venido.

Adrián seguía exaltado, pensando ahora en cómo convencer a su hermana de que cambiara de opinión. Era muy cabezota y no sabía qué argumentos utilizar. Nunca le había hecho falta discutir con ella. Pronto se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo tratar la situación. Confundido, decidió que lo mejor sería pensarlo con calma y consultarlo con Lara. Aún tenía un mes hasta que Inés se fuera, podía posponer la conversación un par de días, hasta estar seguro de cómo afrontarla.

Seguro que su mujer podía aportar un punto de vista objetivo y ayudarle a decidir el mejor modo de afrontarlo. Se sentía perdido, enfrentado a algo que jamás se había imaginado que pudiera suceder. Con Lara encontraría la forma de resolverlo. Estaba seguro.

—Media vuelta —ordenó de nuevo al autotaxi—. Vamos a casa.

El sistema de control, desorientado por el constante cambio de órdenes, y puesto que no le habían ordenado detenerse, giró bruscamente en mitad de la larga calle. Con el movimiento, el vehículo quedó por un momento en la trayectoria de un enorme contenedor autodirigido que circulaba a gran velocidad por el carril contrario. Sin tiempo para frenar, el contenedor colisionó contra el coche. Este salió disparado hacia un lateral, girando y chocando a su vez con el morro contra una farola.

Adrián, en el interior, no tuvo tiempo ni tan siquiera de gritar. Recibió el primer golpe con una explosión de dolor en el cuerpo. El segundo hizo que saliera disparado por el cristal delantero, que se había roto, y su cabeza impactó, con fuerza, contra la misma farola.

Quedó inconsciente al instante, sumiéndose en una negrura que difuminó el dolor.


Eudemonium - La Ciudad de la Felicidad (Capitulo 1) - CC by-nc-nd 4.0 - Ana Victoria Gutiérrez Sánchez

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