sábado, 12 de julio de 2014

La Prueba

De nuevo traido un relato participante en un reto mensual del foro fantasiaepica.com. En esta ocasión, la temática del reto consistía en inventar y explicar, mediante el relato, una religión. Como el anterior, quedó en un quinto puesto, aunque con una calidad inferior en lo que a la historia se refiere.



Al principio no existía nada. No existían la luz y la oscuridad. No existían el bien y el mal, el caos y el orden. El todo era nada y la nada era todo. Negro brillante y blanco oscuro. Instantes que duraban milenios y eras que duraban tan solo un momento. Porque ni siquiera existía el tiempo.

Pero de pronto algo ocurrió que alteró el universo. Una esencia que brotó de la nada. La primera y más poderosa de todas las que han existido o existirán jamás. Sin mente, sin sentimientos, sin compasión y sin maldad. Creadora y destructora, amiga y enemiga, tan inmaterial como imparable. Eterna en sí misma. Esa entidad primigenia era Jikan, el tiempo.

Después fueron surgiendo muchas más esencias. Algunas eran materiales, como las estrellas, los planetas, la tierra o el agua, mientras que otras eran abstractas, como las emociones y los sentimientos, o incluso la magia. También aparecieron los seres vivos, plantas y animales. Y criaturas inteligentes, entre las que se cuentan los amables därii de los bosques, los tímidos senïenos de las islas, los violentos zerens en las montañas y los humanos en sus ciudades. 

Pero de entre todos ellos hubo dos especiales. Seres semietéreos que habitan entre las nubes y son casi tan poderosos como el propio Jikan. Ellos representan todas las esencias inferiores. Son los dioses gemelos, Kami y Memagi. Iguales y a la vez distintos, porque uno es hombre y el otro es mujer, pero el que es hombre puede ser mujer y el que es mujer puede ser hombre. Son dos que son uno y uno que son dos. Ambos son el bien y ambos son el mal, el orden y el caos, la luz y la oscuridad. Ellos son los únicos capaces de protegernos de Jikan y es por ello que son el objeto de nuestras oraciones y sacrificios.

Hon, 1-1: Creación



Regan

Así empieza el Hon, el gran libro sagrado. Recito mentalmente las palabras que me enseñaron hace tanto tiempo, cuando mi familia aún vivía. «Los Dioses Gemelos nos protegen. Kami y Memagi luchan contra Jikan, pero no son tan poderosos como para vencerlo. Sirviéndoles y entregándoles nuestra magia los hacemos más fuertes, para que llegue el día en que puedan derrotarlo». Repito las mismas frases una y otra vez, tratando de convencerme a mí mismo. Pienso en cómo me han acompañado desde que era pequeño y, sin embargo, no estoy seguro de que los Dioses Gemelos me hayan protegido en absoluto de Jikan. «Renunciar a mi magia para cedérsela a ellos… ¿Realmente estoy dispuesto a vivir sin ella, por tenue que sea?». Pero rechazo los pensamientos, no puedo dudar de eso ahora. Ahora menos que nunca.

Observo la sala que me rodea. Estoy dentro del templo Uchi, en una habitación pequeña e iluminada por el sol que entra por una ventana. Llevo aquí esperando largo rato. Cuando llegué al templo me condujeron a través de la puerta de Memagi, un alto arco custodiado por una impresionante estatua de la diosa, el doble de alta que yo y ataviada con un sencillo vestido de seda, que miraba desafiante hacia un punto indeterminado en la lejanía. Me hicieron ponerme una túnica gris, áspera y fría, y luego me dijeron que esperara aquí mientras preparaba mi alma para la Prueba.

Los rayos del sol inciden sobre un cuadro en la pared, lo único que adorna la austera estancia. Representa a los Dioses Gemelos en su aparición en el Shinseina Gishiki. Ambos están en lo alto de la montaña, cogidos de la mano. Sus cuerpos gigantes son semisólidos y a través de ellos se ve distorsionado el fondo. Más abajo, en la falda, se aprecia una multitud de hombres y mujeres, diminutos en comparación con los dioses, festejando la más importante celebración de cada trece ciclos solares.

Recuerdo la única vez que he asistido al Shinseina Gishiki a lo largo de mi vida. Fue hace más de seis ciclos. La montaña estaba atestada de gente, olía a carne asada y las voces se mezclaban con las risas. Al mediodía, cuando el sol estaba en lo más alto, los sacerdotes y sacerdotisas se reunieron en la ladera por encima de la multitud. Cada Pareja, cogidos de la mano, se situaron en el centro de un gran círculo formado por los Solitarios. Se arrodillaron y empezaron a entonar una letanía en un idioma antiguo. El silencio se extendió entre los cientos de presentes y todos dirigimos las miradas hacia la cumbre. A medida que el cántico avanzaba se fueron materializando las magníficas figuras de los Dioses. Todavía hoy me estremezco al revivir ese momento en que las gigantescas y translúcidas divinidades se mostraron ante nosotros. En aquel momento pensé que parecían tan poderosas que podrían defendernos siempre de Jikan. Pero pronto cambié de opinión.

Después de la aparición de Kami y Memagi muchas personas volvieron a sus casas, como mis padres y mi hermana pequeña. Pero yo me quedé con otros chicos de mi edad, disfrutando de la fiesta que se alargó hasta altas horas de la noche. Cuando llegué de madrugada a mi casa, situada a las afueras de una de las pequeñas aldeas que rodeaban la montaña, me encontré con un espectáculo aterrador. Mi hogar se había convertido en un montón de ruinas humeantes entre las que asomaban los cuerpos calcinados de mis padres y mi hermana. No recuerdo qué pasó después, debí de entrar en un estado de delirio del que tardé en salir. Más tarde me enteré de que otras casas alejadas del centro de la aldea habían sido también atacadas por un grupo de zerens bajado de las montañas. Varios hombres habían salido a darles caza. Pero cuando volví en mí ya era tarde para ir con ellos. Los cazadores habían vuelto victoriosos.

Siempre me he preguntado qué habría pasado si me hubiera ido con mi familia. ¿Los habría podido salvar o habría muerto junto a ellos? Cualquiera de las dos opciones habría sido mejor que la realidad. «Los Dioses Gemelos no pueden defendernos de Jikan». En apenas unos días el tiempo me había quitado a mis seres queridos y me había impedido saciar mi sed de venganza.

«No, no puedo pensar así. No si quiero pasar la Prueba». La Prueba… Nadie sabe en qué consiste, pues los que son sometidos a ella nunca lo mencionan. Dicen que se trata de comprobar si tu fe es fuerte. La mía, no mucho. Pero si quiero entrar al servicio de los Dioses tengo que pasarla y entregar mi magia. «¿Aún estoy a tiempo de echarme atrás?» Pero no puedo hacerlo, entrar al templo es mi única opción. Aunque nadie me lo ha dicho nunca sé que creen que estoy maldecido por Jikan. «Quizás tengan razón». Y ahora que ha llegado mi decimosexto ciclo solar no me dejarán quedarme, salvo que pase la Prueba y me una a las Parejas. O quizás mi destino sean los Solitarios.

De pronto la puerta se abre y una sacerdotisa me dice que pase a la sala central del templo. Uso mi magia por última vez, sintiendo como el suave poder recorre todo mi cuerpo. Una brisa se levanta en la sala, agitando mi túnica y revolviendo mis desordenados cabellos. Tras unos segundos dejo escapar el poder y la brisa se detiene. Me levanto, alejando de mí los pensamientos anteriores, atravieso la puerta y camino con el paso más firme que puedo hacia el centro de la gran sala. Varias Parejas rodean la estancia, junto a las paredes, mientras que tres Solitarios, un hombre y dos mujeres, esperan en el centro, frente a una especie de altar sobre el que reposa una pequeña caja. Desde el otro extremo de la sala se acerca caminando una joven a la que no había visto nunca. Es más o menos de mi edad y por la forma en que lleva recogidos sus rubios cabellos diría que viene de una de las grandes ciudades de al otro lado de la montaña. Viste una túnica similar a la mía y su cara, aunque trata de parecer serena, deja ver una sonrisa.



Mairen

Paseo de un lado para otro en la pequeña sala del templo Uchi en la que tengo que esperar. Me condujeron aquí después de entrar en el templo por la puerta de Kami, donde una estatua del dios custodiaba la entrada. Tras ponerme una túnica gris me dijeron que esperara aquí preparándome para la Prueba.

«No necesito prepararme. Llevo toda la vida esperando este momento». Hace muchos ciclos solares que decidí entregar mi magia a los Dioses Gemelos y servirlos. Siempre he creído que el día en que sean capaces de derrotar a Jikan está cerca y quizás sea mi aportación la que les dé el poder necesario. Y, aunque no sea así, deseo ayudarlos en esa tarea y no me importa si para ello tengo que desprenderme de mi magia. «Total, nunca me ha sido muy útil. Siempre he vivido sin apenas hacer uso de ella».

«Sin embargo, aunque yo pase la Prueba, ¿qué sucederá si el otro no lo hace?» No quiero ser una Solitaria, sino pertenecer a las Parejas. Pero si él no la supera… «Ojalá supiese quién es, así sabría si su fe es firme».

Kami y Memagi son dos, hombre y mujer, pero también son uno. Por eso, cuando alguien decide entrar al servicio de los Dioses Gemelos no puede hacerlo solo, sino que tiene que pasar la Prueba a la vez que alguien del sexo opuesto, con frecuencia un desconocido, para formar una Pareja. Estas Parejas no tienen por qué tener ningún vínculo sentimental o sexual, aunque se dice que, tras la Prueba, se crea entre ambos un fuerte vínculo que los mantiene unidos. Desde entonces sirven a los Dioses siempre juntos y en todas las ceremonias participan junto al resto de las Parejas, siendo la representación de los Dioses Gemelos entre los mortales.

Sin embargo, si uno de los dos no pasa la Prueba, porque su fe demuestra ser demasiado débil, el otro se convierte en un Solitario. También sirven a los Dioses, pero casi siempre están en un segundo plano, apartados de las Parejas y la gente, y solo se los ve en las celebraciones más importantes. «No quiero ser una Solitaria». ¿Qué les ocurre a aquellos que no pasan la Prueba? Nadie lo sabe. Tan solo desaparecen y no se vuelve a saber nada de ellos.

Mientras continúo mi deambular por la sala mi mirada se para unos instantes en un cuadro que adorna la pared. Es una representación del Shinseina Gishiki. Las figuras de los Dioses Gemelos se ven impresionantes en lo alto de la montaña. No solo destilan belleza sino también poder. Sin embargo, la imagen, estática, les quita cierto realismo. Es como si al estar detenidos en el tiempo perdieran parte de su esencia.

De pronto se abre la puerta, interrumpiendo mis pensamientos y mi caminar. Un sacerdote me indica que pase a la sala central. Con paso decidido, atravieso el umbral y entro en la amplia estancia. Observo a las personas que me rodean. En el centro hay tres Solitarios, mientras que varias Parejas se mantienen apartadas, rodeándolos en un amplio círculo. «Qué curioso, siempre suelen estar colocados al revés, las Parejas en el centro y los Solitarios alrededor».

Desde el otro extremo de la sala se acerca un joven de mi edad. Su piel bronceada por el sol y su corte de pelo, moreno y que le llega casi hasta los hombros, me indican que proviene de alguna de las pequeñas aldeas situadas al otro lado de la montaña. Tiene un caminar seguro y confiado, pero su mirada muestra cierta inquietud. Noto cómo la ansiedad empieza a surgir en mí, temerosa de que el chico no sea capaz de superar la Prueba. Tratando de serenarme y a la vez transmitirle cierta seguridad, una sonrisa asoma a mis labios.



Cuando Kami y Memagi se aparecieron por primera vez ante los humanos lo hicieron ante la primera Pareja, el primer sacerdote y la primera sacerdotisa. Ellos levantaron el primer templo y extendieron la fe por el mundo y, al entregar su magia, fueron los primeros en ponerse al servicio de los Dioses Gemelos para ayudarlos en su lucha contra el temible Jikan.

En su primera manifestación, los Dioses se presentaron con aspecto y tamaño humanos. Sus rostros eran tan parecidos que no se les podía diferenciar, pero sus cuerpos, sus túnicas y sus cabellos estaban en constante cambio y se alternaban entre los rasgos de un hombre y los de una mujer. Cuando hablaban, sus voces retumbaban por los alrededores como los truenos de una tormenta y vibraban con todos los tonos posibles, en una cacofonía que iba del más agudo de los sonidos al más grave.

—Jikan es el enemigo de todos. Hombres y mujeres. Humanos, därii  o senïenos. No tiene alma, no tiene materia, no tiene siervos. Pero es fuerte e indestructible y os aplastará y reducirá a todos. Pero nosotros os protegeremos. Solo nosotros, Kami y Memagi, somos capaces de derrotarlo. Sin embargo, no podemos hacerlo solos. Debéis uniros a nosotros, sin importar vuestra condición o vuestra procedencia. Solo si compartís todos juntos vuestro poder podremos detener a Jikan.

La Primera Pareja se arrodillo ante ellos, entregando su magia y su poder a los Dioses Gemelos. Y prometieron extender la fe por todo el mundo, de manera que todos conocieran la promesa de los Dioses de que algún día los salvarían de Jikan. Y también hacerles saber que los Dioses necesitaban su ayuda. Y para tal fin construyeron un grandioso templo y acogieron en él a todas las nuevas Parejas que decidieron unirse a ellos.

Hon, 3-2: La Primera Pareja



Regan y Mairen se acercaron hacia el altar en el centro de la sala, cada uno desde un extremo. Los sacerdotes del círculo de Parejas los seguían con la mirada, mientras que los Solitarios del centro se mantenían firmes y serios, custodiando la pequeña caja que reposaba sobre la mesa. Solo cuando ambos jóvenes estuvieron lo suficientemente cerca el hombre los miró, primero a uno y luego a otro.

—Bienvenidos al templo Uchi. Si deseáis uniros a nosotros deberéis pasar una Prueba. Solo tenéis que abrir esta caja y ver lo que hay en su interior.

Después retrocedió un par de pasos, al igual que las dos mujeres que lo acompañaban. Los dos jóvenes parecían sorprendidos y confusos. Cruzaron una mirada de incertidumbre.

—¿Abrir una caja? ¿En eso consiste la Prueba? —masculló Mairen, y su voz, al contrario que la del Solitario, sonó extraña en la sala, como si no perteneciera a ese lugar—. ¿Esta es la forma de comprobar nuestra fe?

Nadie le respondió hasta que, tras un tenso y eterno silencio, Regan contestó.

—Bueno, parece que así es. Así que lo mejor sería abrirla ya. —Estiró la mano hacia la caja, pero antes de tocarla se detuvo—. Creo que deberíamos hacerlo entre los dos, a la vez.

Mairen titubeó un instante y después, asintiendo, posó su mano sobre la tapa, mientras que Regan hacía lo mismo. Sin apenas hacer fuerza, la tapa se levantó con un ligero chasquido y quedó colgando hacia atrás, casi en vertical. Ambos se asomaron con curiosidad, tratando de ver lo que se ocultaba en el interior. Pero la caja estaba vacía.

—Aquí no hay nada.

Los sacerdotes los observaban imperturbables y silenciosos. Incrédulos, Mairen y Regan volvieron a cruzar una mirada, tratando de decidir qué hacer a continuación. Dubitativo, Regan observó con atención la caja, tanto por fuera como por dentro y Mairen lo imito al poco. Él fue el primero en ver la pequeña inscripción que había grabada en el interior de la tapa, con una letra elegante y estilizada.

“Nada es verdad, salvo el inexorable paso del tiempo.”

El rostro de Regan permaneció inmutable, aunque su mirada se perdió en la distancia, como si su mente se adentrara en un torbellino de emociones. Mairen no tardó en descubrir la frase, y su reacción fue bastante distinta de la del muchacho.

—¿Qué es esto? ¿El paso del tiempo? ¿Jikan? ¡Eso es una blasfemia! —Su voz destilaba irritación, pero también tenía un matiz de temor—. Tratáis de confundirnos, ¿verdad? Queréis poner a prueba nuestra fe con una ridícula frase. Los Dioses Gemelos luchan contra Jikan, contra el tiempo. —A medida que hablaba la seguridad volvía a ella—. Ellos saben cómo detenerlo, no es imparable, solo demasiado fuerte hasta que Kami y Memagi acumulen el poder suficiente.

Se volvió hacia Regan, esperando que el chico dijera algo. Pero él permanecía absorto en sus pensamientos y parecía que no la estaba escuchando. Cuando por fin reaccionó la miró con pesadumbre y murmuró con voz apenas audible.

—Creo que lo que pone es la pura verdad. El poder de los Dioses Gemelos no es tal, no pueden vencer al tiempo. Nada puede. El tiempo me quitó a mi familia y nos quita todo lo que queremos y amamos. No es posible detenerlo.

—¿Pero qué dices? Así no vas a pasar la Prueba. No puedes creer en eso que estás diciendo.

—Me da igual la Prueba. Durante muchos ciclos me he martirizado pensando en que Kami y Memagi no me ayudaron nunca, el único poder que he sentido ha sido el de Jikan. Y ahora lo tengo seguro. Lo siento si te molesta, y no me importa si con esto firmo mi sentencia, pero creo… no, estoy seguro, de que el único dios que tiene algún poder en nuestras vidas es Jikan. Y al tiempo no se le puede parar.

Mairen se disponía a responder de nuevo, con la cara roja de rabia, cuando el movimiento de los tres Solitarios la interrumpió. Se acercaron de nuevo hasta el altar y una de las mujeres cerró la caja.

—Vuestra Prueba ha terminado —dijo el hombre—. Regan, entrarás al templo como un iniciado Solitario. Mairen, lo siento, pero no serás admitida, no has superado la Prueba. Si haces el favor, acompaña a esta Pareja a la sala donde esperaste. —Una Pareja del círculo se había acercado hasta la muchacha.

—¿Pero qué es esto? ¿Qué hacéis? ¡Soltadme! —gritó cuando los sacerdotes la agarraron de los hombros—. Esto es una locura… —No pudo seguir chillando. Una corriente de energía inundó la sala y se concentró en la Pareja que la sujetaba. Al instante, Mairen perdió el conocimiento y ambos sacerdotes se la llevaron a través de la puerta por la que había entrado.

Regan observaba la escena entre curioso y asustado. Se volvió hacia los tres Solitarios. Se mostraba nervioso y ansioso por hacer muchas preguntas, pero una de las mujeres le hizo un gesto para que se mantuviera en silencio, y empezó a hablar.

—Regan, lo que has dicho es en parte cierto. Nada puede detener a Jikan, y mucho menos los Dioses Gemelos, puesto que no existen. Solo son una invención creada por nuestros antepasados para convencer al pueblo de que hay poderes que los defienden del paso del tiempo. Porque el tiempo es lo que más temen los humanos. El tiempo les hace envejecer, perder a sus seres queridos, destruye sus ciudades y cambia sus sociedades. La mayoría de los humanos no son capaces de soportar esa realidad, el hecho de que no pueden evitar lo inevitable. Y en su odio hacia lo que han endiosado y denominado Jikan, olvidan lo bueno que les ofrece. Porque a pesar de todo lo anterior, es gracias al tiempo que se enamoran, tienen hijos a los que ven crecer y logran cumplir sus sueños. Sin el tiempo no habría nada. Ni magia, ni movimiento, ni vida. Esa faceta del propio Jikan es lo que representan Kami y Memagi, que no son más que la otra cara de una misma moneda. Pero no existen realmente, no hay dioses que peleen entre ellos para ayudarnos o perjudicarnos, solo la esencia del propio tiempo. Todo lo demás son invenciones humanas para hacer soportable la verdad. Y nosotros, los sacerdotes de los templos, somos los encargados de mantener esas creencias entre la gente. Somos los pocos capaces de comprender y afrontar la realidad y nuestra misión es proteger de ella a los que no pueden. Tú acabas de demostrar que, aunque te asusta, puedes asumir la realidad, pues en el fondo lo has sabido desde hace mucho tiempo. Aunque crees que el tiempo es malvado y cruel debes entender que no es así. No tiene sentimientos. Debido a él ocurren sucesos terribles, pero también otros maravillosos.

Regan trataba de asimilar lo que escuchaba. Aunque era cierto que siempre había pensado algo parecido, oírlo en voz alta de los labios de una sacerdotisa era distinto. Pero no le costaba creer lo que le decía, sino que era casi un alivio comprobar lo que en el fondo creía que era verdad. Sin embargo, había ciertos asuntos que no encajaban, y la curiosidad le carcomía.

—Entiendo lo que dices. —Le costaba hablar, pero poco a poco logró otorgar firmeza a su voz—. Pero, si los dioses no existen, ¿qué es lo que vemos en el Shinseina Gishiki? Si no hay a quien entregar vuestra magia, ¿por qué ya no la tenéis?... —hizo una pausa para pensar—. Es todo una ilusión, ¿verdad? La imagen de los Dioses Gemelos, la creáis vosotros, con vuestra magia, porque no renunciáis a ella.

—Más o menos así es. Renunciamos a utilizarla de manera habitual y solo la empleamos en los rituales o en ocasiones especiales. Si la gente cree que hemos perdido nuestro poder es más fácil convencerlos de que las imágenes que ven no son ilusiones creadas por nosotros.

—Vas a ser un buen Solitario —intervino la segunda mujer, la que había cerrado la caja—. Eres rápido sacando conclusiones. Pareces decidido e inteligente. Nos vendrá bien alguien como tú.

—Un Solitario…. Eso es lo que seré, pero… ¿qué son los Solitarios? Nadie sabe que hacen.

—Es una buena pregunta. El misterio en torno a los Solitarios es algo que nos permite realizar actividades más secretas. Mientras que las Parejas son las encargadas de mostrarse ante el pueblo y realizar la mayoría de los actos públicos, los Solitarios nos movemos la gente, ocultos, recabando información y manteniendo la fe en los Dioses Gemelos.

—¿Qué será de la chica, de Mairen? Ella no ha pasado la Prueba. ¿Qué vais a hacer con ella? Si la dejáis libre podrá contar lo que ha visto.

—¿Te preocupa su bienestar? Tranquilo, estará bien. A los que no pasan la Prueba les sometemos a un hechizo conjunto para borrar sus últimos recuerdos y son enviados con los senïenos, que los acogen. No podemos dejarlos volver a sus hogares o la gente empezará a hacerse preguntas que les llevarán a respuestas que no desean conocer.

—Regan, si quieres acompañarme, te mostraré tu estancia entre los iniciados Solitarios —El hombre Solitario no había vuelto a hablar desde que dijo el resultado de la Prueba, pero ahora volvía a intervenir poniendo fin a la conversación.

Regan lo siguió por los pasillos del templo. Su cabeza estaba llena de ideas que iban y venían. Trataba de comprender todo lo que le habían dicho y nuevas preguntas surgían en su interior. Entendía la verdad sobre Jikan y los Dioses Gemelos y también el papel que jugaban los sacerdotes, pero no estaba seguro de compartir sus ideas acerca de cómo manejar al pueblo. Caminó silencioso tras el Solitario, observando cuanto le rodeaba, preguntándose cómo sería su nueva vida entre las paredes del templo. No estaba seguro de haber tomado la decisión adecuada. Ahora que sabía parte de la verdad trataría de descubrir el resto, porque estaba seguro de que los sacerdotes ocultaban mucho más. Quizás el templo no fuera su hogar durante mucho tiempo.



Llegará el día en que los Dioses Gemelos tengan el poder para derrotar a Jikan. Cuando eso ocurra, el tiempo será detenido. El movimiento desaparecerá y el mundo se parará y se acelerará a la vez, reventando en mil pedazos. La vida se extinguirá. Sin el tiempo, todo dejará de existir. Todo volverá a ser nada.
Hon apócrifo, 10-7: El fin


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