miércoles, 30 de octubre de 2013

Sobre la Guerra del Fuego y el enemigo goltriano

Tras unos meses de abandono, vuelvo con un par de relatos. De nuevo, os dejo uno con el que participe en uno de los retos mensuales del foro fantasiaepica.com. Esta vez, una historia de ciencia ficción.




“Alexander Scott, condecorado capitán de la Marina Interplanetaria y dirigente del destacamento destinado en el planeta Traëdt, traicionó la paz establecida por la Unión Interestelar de Sistemas Solares Humanizados. Sus actos llevaron a la guerra civil en dicho planeta, de lo que se beneficiaron los goltrianos para declarar una guerra estelar contra la especie humana, dominante en la galaxia. Así empezó la Guerra del Fuego, en la que nuestros valientes soldados todavía luchan hoy en día por defender a la humanidad.”
Archivos de la UISSH.
Primeros años de la Guerra del Fuego.

Así resumen los registros el inicio de la decadencia humana. Un párrafo breve y frio que apenas deja entrever la magnitud e importancia de los sucesos acaecidos en aquellos días y que tacha al capitán Scott de un mero traidor sin profundizar en los embaucamientos que sufrió a manos de los goltrianos. Es un texto censurado y manipulado para que los jóvenes soldados que hoy siguen en la lucha no sepan a lo que se enfrentan en realidad.

Por eso, yo, que he sido capitán de la resistencia humana, ahora que mis días de combate han quedado lejos, me veo en la obligación de dejar testimonio de la verdad. Puesto que pude vivir de cerca los acontecimientos, siento la responsabilidad de darlos a conocer.



Años antes del inicio de la Guerra del Fuego yo era un joven y apasionado soldado de la Marina Interplanetaria. Gracias a las influencias de mi padre, veterano de la misma, logré ser destinado en Traëdt, en el destacamento comandado por mi admirado capitán Scott. Desde mi adolescencia, cuando avasallaba a mi padre con preguntas sobre la MI y me tragaba toda la publicidad de la UISSH, veneré a ese hombre que había ganado numerosas batallas y conquistado planetas enteros sin apenas sufrir bajas entre sus hombres.

Alexander Scott era, por aquel entonces, un hombre cincuentón pero todavía vigoroso, inteligente y tenaz. Poco tiempo antes había iniciado la colonización del planeta Traëdt y logrado llegar a un acuerdo con sus habitantes. Gracias a las dotes del capitán las primeras hostilidades surgidas desaparecieron y fueron olvidadas. El planeta fue repartido entre humanos y tradianos y el comercio e intercambio de conocimientos entre ambos avanzaba con rapidez.

Tras haber vivido dieciocho años en mi planeta natal, el pequeño y frio Pukardt, quedé maravillado con el impresionante espectáculo que supuso para mí el paisaje de Traëdt. Era un planeta mucho mayor, iluminado por una estrella que alumbraba y caldeaba los días. Por las noches dos lunas surcaban el cielo estrellado como un par de grandes ojos. Puesto que Pukardt no tenía satélites, la visión de estos astros fue lo que más me fascinó.

Traëdt estaba casi por completo poblado por densos y bellos bosques, llenos de vida. Extraños animales, terrestres y aéreos, habitaban entre los altos árboles. Los mares y océanos, de un agua cristalina, estaban habitados por coloridos peces. La especie inteligente del planeta, los ya mencionados tradianos, tenían un aspecto insectil. De altura algo inferior a la de un humano tenían cuatro piernas y cuatro brazos. Carecían de antenas o alas, pero poseían una mandíbula sobresaliente. No parecían belicosos y se comportaban con curiosidad y ganas de aprender de los colonos. Usaban un lenguaje gutural, formado por sonidos graves y bruscos, imposibles de reproducir por gargantas humanas. No obstante, la mayoría era capaz de producir sonidos parecidos a los humanos y lograban hacerse entender en nuestro idioma. Tecnológicamente estaban muy atrasados; jamás habían llegado a un nivel de ciencia que les permitiera salir del planeta. Sin embargo, vivían en una completa armonía con la naturaleza. Habitaban en construcciones excavadas en la roca y se valían de plantas y animales para su rutina diaria.

Los humanos nos habíamos establecido en tres ciudades-campamento construidas en una de las pocas zonas casi libres de vegetación. Todos éramos soldados de la MI a las órdenes del capitán. Nuestra misión era mantener las relaciones pacíficas con los tradianos, ampliar nuestro conocimiento del planeta y las especies vivas que allí se encontraban y construir todo lo necesario para, en un futuro, establecer el primer asentamiento de población civil en Traëdt.

Todo marchaba sobre ruedas y mis primeros meses en aquel planeta paradisíaco estuvieron plagados de buenos momentos. Gracias a mi carácter disciplinado y mi afán por emular la actitud y los esfuerzos del capitán Scott logré ascender enseguida en la escala de mando y al cabo de menos de dos años ya me encontraba en puestos importantes.

Pero llegó un momento en que las cosas cambiaron y comenzó el principio del fin.

Dados los progresos obtenidos en las interacciones entre humanos y tradianos y los avances logrados en el planeta, la UISSH decidió conceder al capitán Scott una nueva condecoración, que se sumaría a las ya recibidas con anterioridad. Para ello, el capitán debió viajar, junto con varios de sus hombres más cercanos, a la lejana Kuleadt, la capital de la galaxia. Yo nunca había estado allí, pero había oído mucho sobre ella. Se trataba de una inmensa ciudad que ocupaba toda la superficie de un gran planeta, que disponía de las tecnologías más modernas y en la que se reunía y alojaba el consejo central de la UISSH. Durante su ausencia, que duró varios meses, volvieron a ascenderme y quedé entre los oficiales al mando.

El regreso del capitán se retrasó varias semanas. Ninguno de los oficiales de Traëdt conocíamos la razón. Solo recibíamos mensajes informando de que el viaje de vuelta se posponía una y otra vez. Empezaron a correr rumores entre los soldados. Había quienes pensaban que al capitán le había sido asignada una misión secreta. Otros aseguraban que había caído enfermo. Y algunos incluso insinuaban que se había cansado de la tranquilidad de Traëdt y deseaba iniciar nuevas conquistas. Pero los rumores se acallaron cuando, por fin, llego un mensaje anunciando el viaje de regreso.

Semanas más tarde el capitán y sus hombres estaban de nuevo entre nosotros. Ninguno de ellos dio ningún tipo de explicación sobre la demora y siguieron con su rutina en Traëdt como si no hubieran estado ausentes más de medio año. Sin embargo, algo había cambiado en el capitán, aunque al principio no había signos de ello, salvo la extraña mujer que llegó en la nave acompañándolo.

Ella fue la causante de todo lo que sucedió después. Por su culpa aquello en lo que llevábamos años trabajando se desmoronó. Ella fue la semilla del mal que llevó a la ruina a la humidad. Se llamaba Démona, aunque todos allí nos referíamos a ella como la goltriana.

La primera vez que la vi fue a los pocos días del regreso del capitán. En una reunión de oficiales ella estaba presente, sentada junto él, como si se tratara de su segunda al mando. No dijo nada, pero escuchó con atención todo lo que se comentó en la sala. Quedé fascinado por su extraña figura, de una belleza exótica y misteriosa. Su piel era de una palidez casi cadavérica. Alta y muy delgada, de piernas esbeltas y brazos estilizados. Su pelo rizado le llegaba hasta la cintura y era de una gama de colores rojizos que al moverse recordaban las llamas de un fuego. Sus ojos eran ardientes, de un rojo intenso. Cuando se clavaban en ti sentías como atravesaban tu alma y un escalofrío recorría todo tu cuerpo. A pesar de su parecido a los humanos, quedaba claro que no se trataba de una de nosotros.

Yo nunca había visto hasta entonces a un goltriano, pero después de la reunión me explicaron que ella era una de ellos y lo que me contaron me intranquilizó. Eran una raza aislada, que apenas salía de Goltris, el sistema solar que solo ellos habitaban. Se decía que quien se atrevía a aventurarse en sus dominios nunca regresaba. Por eso apenas se conocían datos sobre ellos. Se creía que poseían poderes psíquicos, con los que podían leer los pensamientos e incluso manipular a las personas a su antojo. Aunque poseían cuerdas vocales como las de los humanos apenas hablaban, pues se comunicaban telepáticamente. Parecían tener una tecnología inferior a la nuestra, basada por completo en el uso de un elemento que la humanidad hacía milenios que no emplea, el fuego. Pero ellos tenían un dominio sobre él que los humanos jamás obtuvimos. El fuego les obedecía, estaba a su servicio y cumplía todas sus órdenes. Los goltrianos eran capaces de controlarlo mediante sus poderes psíquicos, logrando auténticos prodigios. Esto es lo que me contaron y en ese momento me costó creerlo. Más tarde pude comprobar que todo ello era cierto.

En los meses siguientes fui apreciando con tristeza cambios en el capitán Scott. Dejó de prestar atención al consejo de oficiales para encerrarse en sí mismo. Solo parecía atender a las palabras de Démona, que se fue acercando más y más a él. De nuevo empezaron a correr rumores entre los soldados. Decían que la goltriana había seducido al capitán, que lo tenía hechizado con sus extraños poderes, que eran amantes y que él se había convertido en su siervo. No sé hasta donde serían verdaderas estas habladurías, pero lo cierto es que Démona ejercía cada vez mayor influencia sobre él. Vi como el hombre al que durante toda mi vida había admirado se convertía en un tirano, como su alma se oscurecía bajo la influencia de Démona y como su espíritu iba perdiendo fuerza.

El cambio en su personalidad fue sólo el inicio. También su aspecto sufrió grandes transformaciones. En apenas unos meses pareció envejecer más de veinte años. Su peló encaneció, su espalda se encorvó y sus ojos perdieron el brillo de antaño. Las medallas que colgaban de su uniforme parecían haber adquirido un peso que no podía soportar. Se convirtió en una mera sombra del gran hombre que había sido.

Pronto también empezaron a notarse alteraciones en su forma de mandar en Traëdt. Comenzó de manera sutil pero al cabo de un tiempo se hizo claro que algo no marchaba bien. Las relaciones con los tradianos fueron empeorando. Primero prohibió su presencia en el territorio humano, luego ilegalizó el comercio con ellos y acabó imponiendo un castigo a cualquiera que tratara con algún tradiano. Lo hizo con lentitud, de manera que los cambios llegaban poco a poco, y basándose en pequeños incidentes que parecían justificar sus medidas. Pero llegó un punto en que algunos oficiales nos sumamos a los soldados de menor nivel y elevamos quejas ante la conducta del capitán. Él se valió de su rango para hacernos callar y acatar sus órdenes. Además, la goltriana siempre estaba a su lado, mirando con sus siniestros ojos rojos que prometían tormentos a cualquiera que osara oponerse él.

Finalmente llegó el día en que ordenó ampliar el territorio humano. Mandó talar bosques, construir vehículos y naves para extenderse por el planeta. Dejó claro que si era necesario matar tradianos nadie debía dudar a la hora de apretar el gatillo. Ellos, que hasta entonces habían sido pacíficos y habían soportado con estoicismo las restricciones a las que eran sometidos en su propio planeta, opusieron resistencia. Se alzaron en armas y atacaron a las tropas humanas. A pesar de su rudimentaria tecnología sus armas eran eficientes. Empleaban lanzas y extraños arcos de piedra, hueso y madera. Se cubrían con corazas de un resistente material que obtenían de ciertos animales. Aunque nosotros atacábamos con armas laser, aeronaves y vehículos acorazados, ellos mostraron una gran inteligencia. Aprovechando su conocimiento del planeta y la desgana con que nosotros atacábamos a los que hasta hacía poco habían sido nuestros compañeros, así como su superioridad numérica, lograban compensar su inferioridad tecnológica.

Así comenzó la guerra en Traëdt, que no duró mucho. Ambos bandos sufrían numerosas bajas a diario. El capitán había prohibido cualquier contacto con el exterior, de manera que nadie fuera del planeta sabía lo que estaba ocurriendo. Estábamos solos y no recibiríamos refuerzos. Sin embargo, no los necesitábamos. A pesar de sus esfuerzos pronto se hizo obvio que los humanos teníamos ventaja. Además, los soldados, enardecidos por los combates, pronto olvidaron las relaciones que los habían unido con los tradianos y empezaron a ver en ellos un enemigo al que combatir.

Sin embargo, tras esta guerra había un interés oculto. Démona siempre se mantuvo apartada, manipulando al capitán a su antojo pero dejando que fuera él quien llevara las riendas del enfrentamiento. En realidad no le interesaba el transcurso o el resultado del mismo. Cierto día, cuando parecía que todo estaba a punto de terminar, que los humanos nos habíamos alzado sobre los tradianos, masacrados y diezmados, apareció en el firmamento un enjambre de naves. No parecían humanas, ni de ninguna otra raza que yo hubiera visto antes. Eran pequeñas, pero se movían con agilidad por el cielo. Se expandieron por todo el planeta, sin llegar a aterrizar. En su lugar empezaron a atacar indiscriminadamente y sin aviso tanto a humanos como a tradianos. No empleaban armas laser, sino que de sus cañones salían enormes y mortales llamaradas de un fuego que se extendía con rapidez sobrenatural. Los bosques que no habían sido destrozados por las batallas ardieron en apenas unos minutos. El calor se hizo asfixiante y el humo se extendió por todas partes, entorpeciendo la visión.

El capitán Scott no aparecía por ningún sitio, por lo que varios oficiales decidimos ir a buscarlo a su despacho. Allí lo encontramos, demacrado y pálido, observando por la ventana lo que sucedía en el exterior. Junto a él estaba Démona, que también miraba a través del cristal, con una siniestra sonrisa en el rostro. Solo la goltriana se volvió cuando irrumpimos en el cuarto. Su mirada se clavó en cada uno de nosotros haciéndonos olvidar el por qué estábamos allí. Entonces ella habló. Era la primera vez que escuchaba su voz, fría y con un acento seseante, que no mostraba la más mínima emoción. Dijo, dirigiéndose solo al capitán, que gracias a él el fin de la humanidad se acercaba. Explicó con brevedad que las naves recién llegadas eran goltrianas, todo un ejército de seres como ella que habían esperado a que el planeta quedara sumido en la miseria tras la guerra para poder adueñarse de él. En aquel momento no aclaró por qué les interesaba ese planeta, tan lejano al suyo. Agradeció al capitán que hubiera cortado las comunicaciones, de manera que el resto de la humanidad no supiera, hasta que fuera demasiado tarde, lo que estaba sucediendo.

El capitán se volvió, temblando y con lágrimas en los ojos, consciente ahora de que había sido manipulado. No dijo nada, tan solo miró a la goltriana con ojos vacíos. Ella extendió la mano y de sus pálidos dedos nacieron unas tímidas llamas que pronto crecieron y se lanzaron sobre el capitán. Así murió Alexander Scott, capitán de la Marina Interplanetaria, consumido por las llamas. No el primero, y desde luego no el último, de grandes y valientes hombres caídos bajo el fuego goltriano. Las llamas se extendieron por la sala con rapidez y los oficiales nos alejamos, temerosos de la mujer que se hallaba dentro.

No recuerdo con claridad los sucesos que siguieron. Todo era un revoltijo de llamas, gritos de agonía y naves por todas partes. De algún modo logramos reunir un grupo de soldados y organizarlo, de manera que pudiéramos oponer resistencia al nuevo e inesperado enemigo. Pero todos los esfuerzos fueron inútiles y al final solo quedó una opción lógica. El pequeño grupo de supervivientes abandonamos el planeta en una nave con la que logramos llegar a otro planeta y enviar un mensaje a Kuleadt. Mientras estábamos allí, esperando ordenes de la capital, llegaron noticias desalentadoras. Ataques similares estaban teniendo lugar en varios planetas, al parecer aleatorios. En todos ellos habían aparecido naves goltrianas que en poco tiempo arrasaban y abrasaban su superficie, aniquilando a todo aquel que no lograra huir a tiempo. Era el inicio de una guerra que la humanidad no podía ganar.

La última vez que vi Traëdt estaba arrasado y quemado. No quedaba nada de los bosques que meses antes crecían bellos. Los tradianos habían sido aniquilados casi por completo y los pocos que quedaban no tardarían en morir. Las lunas trazaban su camino sobre un suelo muerto y lleno de cenizas.

Se formó un gran ejército defensor. Las tropas que se encontraban en planetas colonizados fueron llamadas a la capital. Se establecieron alianzas con otras especies alienígenas. También se formó un grupo de investigación encargado de recabar toda la información posible sobre los goltrianos.

Fue este grupo el que descubrió, con el tiempo, por qué fueron atacados ciertos planetas. Los goltrianos alimentaban sus naves con un mineral especial, muy rico en oxígeno, que les permitía producir intensos fuegos. Pero ese material empezaba a escasear el Goltris por lo que lo buscaron en otros planetas ricos en él, como Traëdt. Una vez que se hubieron hecho con las fuentes de materia prima, empezaron la verdadera ofensiva. No era una guerra espacial, pues en el espacio abierto sus armas de fuego no servían. Se movían en grupos muy pequeños y escurridizos, escapando de nuestros radares y barreras, y llegaban a los planetas habitados por humanos. Allí atacaban a la población, produciendo furiosos incendios imposibles de apagar. Empleaban sus poderes psíquicos para manipular a la gente, provocando enfrentamientos internos entre los defensores, que se atacaban unos a otros.

La guerra se alargó durante años y, aunque aprendimos a combatir al enemigo, este siempre nos iba quitando terreno. Planetas enteros eran arrasados, sistemas solares quedaban deshabitados. Nuestros aliados nos abandonaron. Décadas más tarde Kuleadt cayó. El consejo de la UISSH desapareció y el gobierno de lo que quedaba de humanidad quedó en manos de los oficiales de la MI.



Hemos luchado mucho tiempo. Cada vez quedamos menos y vivimos en peores condiciones. Hemos sido marginados a un alejado rincón de la galaxia. Pero los goltrianos no descansan. Continúan hostigándonos y no pararán hasta que el último ser humano haya desaparecido.


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