miércoles, 30 de octubre de 2013

El Viaje de Héctor

Y aquí otro más. Este es un relato que no me convenció mucho cómo me quedó, pues la falta de tiempo no me dejó dedicarme a él como me habría gustado. No obstante, aquí lo dejo. Como casi siempre, fue concursante en un reto del foro fantasiaepica.com. La temática era apocalíptica, es decir, un mundo al borde del fin.



La oscuridad empezó a diluirse con lentitud mientras abría los ojos. Le dolía todo el cuerpo y el aire que respiraba estaba cargado de polvo que le hacía toser. Se levantó, tambaleante, entre los escombros que lo rodeaban. El niño miró a su alrededor, aturdido. Se encontraba en el jardín, alumbrado por los rayos de un tímido sol naciente. El cielo, aunque despejado de nubes, tenía un extraño tono gris, como si una densa niebla lo cubriera difuminando la luz del astro. Lo que hasta hacía poco había sido su casa no era más que un montón de ruinas. Las dos plantas del chalé se habían derrumbado sobre sí mismas.

Se acercó trastabillando a los restos, con la mente confusa, sin poder reaccionar de alguna manera. Impertérrito, vio asomar entre los cascotes un cuerpo rodeado de un charco de sangre. Por las ropas identificó a Nerea, la niñera.

Rodeó los destrozos de la casa hasta llegar a la valla que daba a la calle. Parte se había derrumbado y no tuvo dificultad en saltarla. Una vez fuera volvió a mirar a su alrededor con mayor atención. La ancha avenida se encontraba en unas condiciones lamentables. El asfalto estaba roto, algunos de los árboles que adornaban las aceras derrumbados, las farolas rotas y con cables fuera, de los que saltaba alguna chispa ocasional. Varios coches, abandonados en mitad del pavimento, tenían los cristales rotos. En algunos de ellos parpadeaban las luces de avería y sonaba la alarma. Las demás casas presentaban aspectos similares a la suya. En la lejanía, hacia el centro de la ciudad, se alzaba una nube de humo y polvo. Le llegaba el olor del fuego y los sonidos de sirenas, gritos y edificios derrumbándose. Sin embargo no había rastro de personas en las proximidades.

Horrorizada, su mente empezó a reaccionar, incapaz de asimilar todo aquello. Un fuerte temblor invadió su cuerpo y se dejó caer en el suelo. Las lágrimas surgieron de sus ojos y comenzó a sollozar. Se sentía solo, perdido en un mundo que de pronto había cambiado. Nerea estaba muerta y su madre se había ido días antes a otra ciudad. No tenía nadie cerca.

De pronto escuchó unos rápidos y extraños pasos aproximándose. Alzó la cabeza y se limpió los ojos. Corriendo y moviendo el rabo se acercaba Rony, el perro de la vecina. Se trataba de un labrador de color marrón que se acercó a Héctor y comenzó a lamerle las manos y la cara. La proximidad del animal, con el que había pasado muchos ratos jugando, lo tranquilizó un poco. Intentando serenarse acarició el lomo de Rony, mientras le hablaba.

—Rony, ¿estás solo? ¿Qué ha sido de la señora Paula? Yo también estaba solo, pero ahora estamos juntos los dos. Tenemos que encontrar a mamá. Se fue hace unos días a Salamanca. No sé dónde está esa ciudad, pero tengo que ir hasta allí. ¿Me acompañarás?

Dicho esto se levantó, observando a Rony. El animal ladró animado. Héctor comenzó a caminar. Había tomado una decisión. En su joven mente no surgió la duda ante la empresa que se había propuesto. No sabía por dónde tenía que ir, por lo que se dirigió hacia el centro de la ciudad, esperando encontrar señales que le indicaran el camino. Sus cortos pasos lo condujeron entre los edificios destrozados. El perro trotaba a su lado.

***

—¡Ey! Chico, ¿dónde vas?

Héctor se volvió hacia la voz que le había hablado. Provenía de una calle lateral desde donde un grupo de personas se acercaba a él. El que había hablado era un hombre de mediana edad con un brazo vendado y sujeto por un improvisado cabestrillo. Junto a él, una mujer algo más joven, baja y regordeta, y una chica adolescente con cara avinagrada lo observaban. No respondió, sino que se quedó mirándolos, con Rony sentado a su lado. Eran las primeras personas vivas que veía desde que despertara en el jardín.

—Ismael, eres demasiado brusco. ¿No ves qué está asustado? —dijo la mujer, mirando severamente al hombre—. Tranquilo chico. ¿Tienes nombre?

—Hé.. Héctor. Y este es Rony. Voy a Salamanca a buscar a mamá.

—¿A Salamanca? ¿Pero es que acaso te has vuelto loco? Eso está a más de doscientos kilómetros. ¿Y piensas ir andando así sin más?

—¡Isma! ¿Qué te acabo de decir? A ver si he entendido bien, Héctor. Tu madre está en Salamanca y quieres ir a encontrarte con ella, ¿no es así?

El niño asintió con la cabeza.

—Bueno, veras. Eso es un poco complicado ahora mismo. ¿Por qué no te quedas con nosotros hasta que esto se calme? Mi nombre es Leticia y estos son Ismael y Sara.

Héctor pudo reconocer en el rostro de la mujer una expresión parecida a la de su madre que dejaba claro que no le iba a permitir irse por su cuenta. Por ello asintió de nuevo, uniéndose al pequeño grupo, aunque tenía claro que tendría que separarse de ellos si quería seguir con su plan.

***

—Héctor, ven aquí a despedirte.

Su madre estaba en la puerta, con una maleta en la mano. Nerea estaba a su lado. Héctor apareció desde el salón. El sonido de la televisión llegaba hasta ellos.

—No te vayas, mamá. Te vas a perder la lluvia de estrellas que están anunciando en la tele.

—No te preocupes, hijo. Eso también se verá desde Salamanca. Escúchame, sólo me voy unos días, el martes estaré de vuelta. Quiero que te portes bien y no des mucho la guerra a Nerea, que la pobre ha tenido que cancelar unos planes para quedarse contigo.

—Sí, mamá. Seré bueno. Pero no tardes en volver. ¿Está muy lejos Salamanca?

—No, cariño. En el tren tardo unas tres horas. Anda, ven y dame un beso —Tras abrazar a su hijo se dirigió a la niñera—. Tenéis comida de sobra en la nevera, pero si necesitas algo guarda las facturas y ya te lo pagaré cuando vuelva. Si tienes cualquier problema no dudes en llamarme al móvil. Ah, y no le dejes ver la tele hasta muy tarde.

—No se preocupe, señora. Todo estará en orden. Buen viaje.

—Gracias. Hasta el martes.

Abrió la puerta de la casa. Se volvió hacia su hijo que la observaba desde el pasillo y le dedicó una cálida sonrisa. Después salió y cerró la puerta.

***

La sonrisa de su madre, llena de amor y ternura, la que le había dedicado la última vez que la vio, era lo que le daba ánimos para seguir. Tenía que encontrarla.

Avanzaba entre las sombras, escondiéndose tras árboles y muros derruidos, con Rony siguiéndolo de cerca. Había permanecido con el grupo de Ismael, Sara y Leticia varios días, deambulando por los restos de la ciudad. Habían encontrado más supervivientes y el grupo aumentó. Pronto decidieron alejarse de allí y viajar hacia Madrid, donde se decía que había una organización de rescate. Pero Héctor no quería ir a Madrid. Su madre estaba en otro sitio y era allí a donde debía ir.

Permaneció con el grupo hasta que salieron de la ciudad. Había ido mirando las señales y creía saber la dirección. El día que emprendieron la marcha por la autovía Héctor decidió que debía irse. Espero a que cayera la noche y, aprovechando que ahora Leticia estaba más ocupada que antes cuidando de otros niños que se habían unido al grupo, se escabulló, con el perro siempre a su lado.

Retrocedió hasta encontrar el cruce adecuado y siguió las señales hasta llegar a la carretera. Allí durmió en los restos de una gasolinera, donde encontró algo de comer en la tienda. A la mañana siguiente emprendió el viaje con la única compañía del perro. El recuerdo de la sonrisa de su madre le daba fuerzas para continuar pese al miedo y la soledad que sentía.

***

La imagen que aparecía en el televisor mostraba un cielo despejado y lleno de estrellas. Varios meteoritos atravesaban el firmamento dejando a su paso una estela brillante. En la parte inferior de la pantalla se describía con brevedad el fenómeno con palabras que a Héctor le costaba leer y que no entendía. Una voz grave lo contaba de manera más sencilla.

—... atravesar la atmósfera. La lluvia de estrellas fugaces puede verse en casi todo el mundo si la noche está despejada. Los científicos de la agencia espacial española, así como expertos de otros países incluidos los de la NASA, han asegurado que el asteroide Ragnarok, aunque con una trayectoria más próxima a la Tierra de la calculada en un principio, no se acercará al planeta lo suficiente como para impactar. En las próximas horas podrá verse en el cielo, incluso de día, como una esfera en movimiento, con un aspecto similar al de la Luna llena pero más pequeño. No obstante, los fragmentos que acompañan al meteorito se acercarán a la atmósfera haciendo más intensa la lluvia de estrellas, y es posible que alguno llegue a precipitarse sobre la superficie terrestre. Los científicos aseguran…

—Héctor, deja la televisión y ven a mirar esto —la voz de Nerea interrumpió la concentración con que Héctor atendía al programa. Se levantó a regañadientes y se acercó hasta donde estaba la niñera. Esta se asomaba por la puerta que daba al jardín y miraba boquiabierta al exterior—. Es mejor verlo en la realidad que en la pantalla.

El niño se asomó y lo que vio lo dejó maravillado. Cientos de pequeñas luces recorrían el cielo. La Luna brillaba cerca del horizonte en una sonrisa torcida, pero más arriba, en lo alto, un astro más pequeño y redondo parecía intentar imitar su belleza. Se trataba sin duda, pensó Héctor, de Ragnarok, el asteroide del que hablaban en la televisión. Por un momento le pareció que el cometa lloraba. Las estrellas fugaces eran lágrimas que partían del círculo blanco y se dirigían hacia el suelo, en la lejanía.

—Es hermoso, ¿verdad? —comentó Nerea. Solo obtuvo por respuesta un ligero asentimiento de cabeza.

De pronto decenas de bolas de fuego iluminaron el cielo. Ya no eran las líneas finas y efímeras de las estrellas fugaces, sino puntos brillantes que aumentaban de tamaño a medida que avanzaban adquiriendo un color incandescente. Desde la puerta Héctor oyó en la televisión la interrupción del programa por un informativo de última hora.

—Las autoridades alertan de un inesperado cambio en la trayectoria del asteroide Ragnarok, que lo aproxima peligrosamente a la Tierra. Durante las próximas horas se prevé el impacto de numerosos asteroides menores…

El impacto de una de las bolas de fuego a pocas manzanas aturdió a Héctor. Las paredes y el techo temblaron y la televisión, interrumpido el suministro eléctrico, se apagó. Héctor, llevado más por el entusiasmo que por el pánico, abrió la puerta y salió al jardín. El ruido era ensordecedor, como si un montón de aviones pasaran sobre su cabeza. El suelo se sacudía con violencia bajo sus pies.

—¿Pero qué haces? ¡Vuelve aquí ahora mismo! —Nerea, histérica, chillaba sin parar, pero no se atrevía a salir fuera a buscar al niño—. ¡Héctor!

Él la ignoró, mirando al cielo, maravillado. El gran asteroide se desplazaba en lo alto, crecía de tamaño e iba adquiriendo un color anaranjado. Se perdió en el horizonte. Instantes más tarde se oyó un fuerte impacto. Una onda expansiva de aire cargado de polvo y una intensa sacudida del suelo lo alcanzaron, tirándolo al suelo. Sintió un fuerte golpe en la nuca y, antes de perder el sentido, pudo ver como la casa se desmoronaba, con Nerea a la puerta del jardín.

***

Los días pasaban, lentos y monótonos. El mundo que lo rodeaba se había vuelto gris y ruinoso. La luz del sol quedaba entorpecida por la capa de humo y polvo que cubría el cielo. La mayoría de los edificios estaban semiderrumbados.

Avanzaba a paso lento, dando un paso tras otro de manera automática. Su mente viaja al pasado, con la imagen de su madre fija. Solo volvía al mundo real cuando Rony se acercaba a él y le rozaba con el hocico para llamar su atención.

Había otras personas andando por la autovía. La mayoría iba en grupos, otros solos. Cabizbajos, aturdidos y muchos heridos. Algunos, al ver al niño solo, intentaban que se uniera a ellos. Pero él apenas permanecía unas horas en cada grupo. Comía lo que le daban y si no buscaba, con la ayuda de Rony, entre los restos de casas y tiendas. Lo más difícil era encontrar agua y Héctor sentía la boca reseca y los labios agrietados.

***

Diecisiete días después de despertar en el jardín, Héctor llegó por fin a Salamanca a media tarde. El camino había sido largo y duro. Estaba agotado, le dolía todo el cuerpo y su estado de ánimo era deprimente. Rony lo seguía, siempre cerca. Tanto el perro como el niño habían perdido bastante peso durante el trayecto, ambos estaban demacrados y se les marcaban las costillas.

Aunque nunca había estado allí, los restos de la ciudad despertaron en Héctor sentimientos de tristeza y nostalgia. 

Deambuló por las calles, sin rumbo fijo, adentrándose en la ciudad. Había más gente que en la carretera. Grupos de personas apiñadas realizaban distintas tareas. Otros, solitarios, vagaban de un lado para otro. Perros y gatos se escabullían entre la gente, buscando cualquier cosa que sirviera de alimento.

Fue entonces cuando vio el gran fallo de su plan. Había logrado hacer todo el viaje sin percances, lo cual, ahora que se lo planteaba con seriedad, ya era todo un milagro. Pero una vez en Salamanca no sabía dónde se encontraba su madre. Si es que seguía allí. Desechó la idea de que no estuviera viva en cuanto se le ocurrió. Era incapaz de asimilar esa posibilidad. La ciudad era grande y él solo un niño perdido entre la gente.

Caminó errante durante el resto de la tarde y gran parte de la noche, buscando. Al contrario de lo que había pasado durante el camino, cuando la gente trataba de ayudarlo, aquí era ignorado por completo. Rony iba pegado a sus talones. Avanzada la noche calló rendido entre los restos de unos columpios. Allí se quedó dormido, abrazado al labrador.

A la mañana siguiente continuó su búsqueda. Pasaba frente a casas derruidas, a través parques y plazas que se habían convertido en improvisados campamentos, atento a cada rostro, a cada voz. Así continuó varios días, sin resultados. 

También tenía que buscar comida, lo que se estaba convirtiendo en un problema. Casi todos los edificios que aún permanecían en pie al menos en parte habían sido saqueados por los supervivientes, que guardaban sus provisiones con celo. Casi todo lo que conseguía era gracias a Rony, pero no era suficiente para los dos. La desesperación y el agotamiento empezaron a hacer mella en su ya mermada determinación.

Una mañana, mientras caminaba por el centro de la ciudad, descubrió lo que parecía un centro deportivo. Se trataba de un gran pabellón con un techo que había sobrevivido casi indemne al desastre. Había mucha gente y entraban y salían personas de manera constante. Intrigado, entró en el recinto para descubrir que este se había convertido en un improvisado hospital. Había heridos por todas partes, tumbados en el suelo, sobre mesas o colchones, en sillas. La mayoría tenía huesos rotos o quemaduras. Una veintena de hombres y mujeres corrían de un lado para otro, atendiendo a los heridos, mientras que otros pocos guardaban unos estantes de donde sacaban medicamentos.

Impactado por la visión, y viendo que solo entorpecía el trabajo, decidió salir de allí. Pero cuando fue a darse la vuelta notó que Rony ya no estaba a su lado. Lo buscó con la mirada por todas partes, pero el animal no se dejaba ver. De pronto escuchó su ladrido, en una esquina del pabellón. Al poco rato el perro llegó corriendo junto a él y siguió ladrando, llamando su atención. Parecía querer que le siguieran. Héctor caminó tras él hasta llegar a la esquina. Allí había varios heridos acomodados en muebles de salón. Sobre un sofá una mujer con una pierna entablillada lo miraba con atención. Estaba sucia y muy delgada pero cuando vio su sonrisa el corazón de Héctor latió desbocado.

 —Mamá —dijo entre sollozos, mientras corría hacía ella y se dejaba caer entre sus brazos.

—Oh, mi niño. Estás vivo —Ella también lloraba mientras estrechaba a su hijo—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Vine caminando. Rony me acompañó —respondió tartamudeando entre hipos de llanto—. Él me ayudó. Tenía que encontrarte, mamá. Nerea murió y yo no tenía a nadie. Estaba solo. Tenía que buscarte.

—Hijo, mi valiente hijo. Siento que hayas tenido que pasar por esto. Yo quería ir a buscarte. Lo intenté. Pero la pierna me lo impidió. No podía caminar. Lo siento, lo siento tanto. Pero ahora estás aquí, conmigo. Saldremos de esta los dos juntos.

Rony, que hasta entonces se había mantenido apartado, se acercó y rozó con el hocico, en una caricia suave, el brazo de Héctor. Este se despegó un poco de su madre para unir en el abrazo al perro.

—Bueno, los dos no —corrigió ella—. Los tres.



3 comentarios:

  1. Supongo que sobre las cuestiones técnicas ya te habrán comentado en su momento durante el reto, por lo tanto no diré nada al respecto.
    En cuanto a la historia en sí, la verdad es que ciertos aspectos del contexto no terminaron de convencerme: lo lógico sería que algún organismo de respuesta tomase el control de la situación. Más allá de eso, has sabido capturar mi interés por la evolución de la búsqueda de Héctor y, pese a que los finales felices no suelen ser de mi agrado, me alegró que él haya sido afortunado.
    Una curiosidad: ¿A quién se le ocurre llamar Ragnarok a un asteroide? Es un mal augurio…

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Los detalles técnicos si me marcaron algunos, e intenté corregirlos. Por lo que si has visto fallos me gustaría que los señalaras para así corregirlos.
      Si, la historia me quedó bastante insípida y con cosas poco coherentes. Es lo que tiene apenas tener tiempo para escribirla.
      Me alegra que a pesar de todo de gustara. Y gracias por pasarte a comentar!
      Jajajaja, yaa.... es un nombre poco alagüeño.

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Gracias por comentar